martes, 13 de diciembre de 2011

Burbuja

Llegué a Mérida en autobús, el día de Reyes de 2007, mientras sonaba en el mp3 “Where’s my mind” de los Pixies en versión Placebo.

Lo recuerdo con exactitud porque aquellos no eran buenos tiempos para mi cerebro y con esa canción, al menos, conseguía dejar de nadar en espiral.

Aquella tarde llovía y Olga me acogió en su casa, como años atrás había hecho en Melilla.

Llegué a Extremadura para trabajar en el Festival de Mérida (sí, ese que ahora se desangra). Sólo después, y durante dos años, averigüé qué significaba esa vorágine y cómo el Teatro Romano, con sus luces y sus sombras, se iba a colar para siempre en mis entrañas.

A él están vinculadas algunas de las personas que van a seguir viajando conmigo, vaya donde vaya. El resto, las conocí habitando una isla que me ha hecho saber qué historias me gusta vivir para contarlas.

Han pasado cinco años y muchos recuerdos. Ahí estamos Sara y yo de madrugada, espiando cómo montan en el Teatro la escenografía de coches quemados de “Los persas” de Calixto Bieito.


Recuerdo una noche de cumpleaños, una noche privilegiada, gira, girando.

Sin dramas, sin miedos.

Siento las piedras del puente bajo los pies, que me han aclarado tanto las ideas en cientos de trayectos de ida y vuelta.

Olga y yo cenando lo de siempre, en el lugar de siempre.

La sonrisa tonta de la cerveza y saber que no hay vuelta atrás.


El olor de las flores que he intentado cuidar con mis propias manos.

Películas en blanco y negro, en versión original subtitulada. Y muchas conversaciones, con gente distinta, que inflaman el espíritu y despiertan la curiosidad.

Regresar, después, sin prisas, a Hervás, al Jerte, a la Vera, a Alcántara, a Malpartida, a San Jorge de Alor.

Después de haber cambiado tantas veces de ciudad, es la primera vez que me voy de un sitio sabiendo que podría quedarme. Que esta es mi casa, cómo sólo antes lo habían sido Trives y la infancia. Que aquí la raíz sí ha sido fértil. Que podríamos seguir así toda la vida.

Pero toda la vida es demasiado tiempo y ahora quiero saber qué hay más allá de esta burbuja.

Foto: Entrevista a Calixto Bieito (Jero Morales) / "Resistiré" (Javier Álvarez)

lunes, 12 de diciembre de 2011

Giacometti

Una de las asignaturas que más me fascinó en la adolescencia fue Historia del Arte pero tenía tan claro que quería estudiar Periodismo que ni siquiera se me ocurrió la hipótesis de combinar ambas carreras y buscar una especialización.

Luego el tiempo se echó a correr y me trajo hasta aquí, donde ahora sé que la clase de historias que me gustaría contar poco tienen que ver con los medios de comunicación actuales y mucho con los procesos de creación, desde su origen en el cerebro hasta la puesta en escena.


Pienso en esto después de haber viajado a Málaga para ver la retrospectiva de Alberto Giacometti. Después de haber querido acariciar los rostros escuálidos y rugosos de sus esculturas, de haberle preguntado a “El Hombre que camina I” ¿dónde vas con esa angustia? y de visualizar la separación que existe entre todos nosotros, ante composiciones como “El bosque” o “El claro”.

De regreso, he leído un textito de Michael Peppiatt sobre el taller de Giacometti en París y, una vez más, he lamentado mi tendencia natural a los descubrimientos tardíos.

Aunque, quizás, no sea tarde, sino que simplemente he estado caminando hasta este momento.