jueves, 14 de junio de 2007

Llama a la puerta

A veces viene, silenciosa y contundente. No le importa ni quién, ni cómo, ni cuándo. Quiere ser lucidez pero no añade más que confusión, otra voz más, otra manera de nombrar el misterio con el que nos empeñamos en (des)explicar la única respuesta válida, tan vulgar y tan mezquina, para los cientos de interrogantes.

Viene solitaria y húmeda. Para fertilizar la tierra, para buscar consuelo. Para cartografiar los pasos, las heridas, los objetos perdidos.

Ya no me duelen sus dudas, sus excusas o sus argumentos. Por eso le abro la puerta cada mañana, para que juguetee con mis tiempos verbales, con el desorden y los lazos invisibles. Para que sea ella quien escriba mis geografías y los nombres propios.


No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores del sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque sólo sera una esperanza,
porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.
No decía palabras
Luis Cernuda

Seis del seis

No te conozco.

Podría, eso sí, tratar de apresarte en las situaciones en las que te he visto, describir la persona que has sido, catalogar los gestos y las reacciones. Tengo ejemplos de sobra para lanzarme y hablar del pragmático, del eterno aspirante a cantante, del peleón, del generoso. Del que deja que las personas vuelvan y vayan. Del gótico de alma, del que toma demasiadas decisiones y se abstiene en otras, del que no le tiembla la mano, del que madruga para estar solo, del loco, del cuerdo.

Suelo verte en el otro extremo de la cuerda, tirando más fuerte, pero también con cara de resignación, sonriendo (a veces, ácido; otras, complacido) y con un "hay diferentes formas de resistir" grabado en la peca de tu frente, esa que miran los niños señalando con el dedo (el/la tuyo/a lo hará), la misma que quisiste borrar. El agujero negro que concentra tu personalidad.

Podría reconocer todos los sonidos de tu risa, desde la terrorífica que nace en la boca del estómago hasta la que tienes ensayada para cuando toca quedar bien. Desde la verdadera, la que viene del alma, hasta la risilla irónica con la que pretendes alzarte con la razón. Pero también la sonrisa tímida, la amable (en una amable conversación), la abierta y con la que se te iluminan los ojos y las pestañas en esos extraños momentos de felicidad.

Creo que sabría describir tus costumbres. Tus neuras a la hora de ordenador los mandos de la televisión, de vigilar que la sal no se vierta en la mesa, de no destapar los pies ni bajo 40 grados. Tus gustos con la ropa, con la música, los tenedores y el vino.

Sí... Podría decir muchas cosas de ti. Cómo mantienes la calma en los momentos duros. Cómo te has ido entregando a cambio de algo que sólo tú conoces o el resto no comprende. Cómo te gusta quedarte dormido en el sofá, acelerar el coche, las horas que pasan delante del ordenador o jugando a ser DJ. Lo que opinas de los sevillanos, de los portugueses. Del sentimiento de lealtad y de justicia. Te han visto en más de un cementerio, tu alergia a la arena de la playa o el privilegio de verte bailar Chemical Brothers cuando tu lugar es siempre detrás del bullicio. Cómo te gusta escribir encriptado, dedicar regalos con versos de canciones, regalar hasta el infinito, si es necesario. El espacio que ocupan los best-sellers en tu mesilla, la poca paciencia ante las preguntas inútiles, los amigos que se te han quedado grabados en las entrañas.

Sí, es cierto. Podría describirte por dentro y por fuera, esencializar el significado rotundo y sin fisuras de tu nombre. Pero, aún así, algo se me escapa. Te siento inapresable. Y por eso no puedo evitar la sensación de sorpresa y de enigma cuando te miro ahora. Ahora que te desconozco.

A LdH, tan lejos y tan cerca,
en la hora feliz de la reproducción de la especie

miércoles, 13 de junio de 2007

Relecturas

Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.
Amor 77
Julio Cortázar

Ellos son dos por error que la noche corrige.
Los amantes
Eduardo Galeano

Lisbon Revisited

Estaba ahí de múltiples maneras pero no lo había visto. Ni la cercanía de una ciudad ni la presencia de su traductor me habían llevado hasta ese poema. Sí lo hizo mucho tiempo después, y en otras geografías, una columna de opinión de un autor que desconozco, hablando sobre un poeta que nunca había oido mencionar y publicado en un suplemento de un periódico que no suele leer porque no me interesa su ideología.

Lisbon Revisited (1926) estaba muy cerca. Era algo físico, palpable. Hasta cotidiano. Permanece como estatua de bronce en el Chiado, para que los turistas jugueteen a sentarse en su regazo y a acariciarle las manos, el sombrero, rozarle el rostro antes de hacerse la fotografía y preguntarse: "¿y éste quién es?, ¿qué hizo?".

Coincidió como profesor de literatura en un instituto de frontera, que se pasó años amando la literatura portuguesa, intimando con ella, destrazando la raia y al que su sueño le ha costado más de un desasosiego.

Estaba ahí, como canto a una ciudad... Luzboa... pero no lo había visto y eso que los recopilo... me gusta leer, ver y escuchar lo que se dice y se siente por Lisboa. Por dentro o por fuera. En cualquier lengua, con música, sin ella. Con sus bragas colgando en cualquier balcón. Me gusta acercarme a lo que otros piensan y les duele Lisboa. Quizás porque me reconozco en todas, aún ninguna siendo la mía.

Comprendo a Inês Pedrosa cuando dice que amarla es "simultáneamente un orgullo y una humillación; es amar lo envidiable y lo obvio. Las declaraciones de amor no le sirven; escurren por sus colinas disimuladas, se enredan en sus callejuelas fadistas, se convierten en tópicos". Como Miguel Torga, no conozco a ningún insensible que "no se extasíe ante la hermosura de un panorama que la naturaleza no puede jactarse de haber repetido". La Lisboa Kuya de Sara Tavares, la que amanece de Sérgio Palma, en la que le hubiera gustado nacer a Pablo Guerrero, morir de amor a Pasión Vega, la del abandono de Cilleruelo, la de los corazones iludidos de Ángel Crespo, la blanca y cinéfila, las mariposas de Nuno Júdice o los homeros, ariadnas y sísifos que pueblan desde Sete Rios a Oriente en los versos de José Mário Silva.

Don Fernando y su visión de Lisboa, ciudad-universo, persona-mundo, llegan ahora, aún habiendo estado ahí desde ayer, mucho ayer, para hacerme pensar que el concepto de DISTANCIA, física o mental, es cada vez más relativo. ¿Quién lo dicta? ¿Un cálculo matemático?, ¿La realidad o su ficción? ¿Las compañías de telefonía móvil? ¿Las líneas aéreas de bajo coste? ¿La perplejidad ante el prójimo? ¿Las despedidas o los reencuentros?...

No lo creo. Hoy me parece que la distancia es algo demasiado sutil, puro espacio intermedio. Apenas cuestión de oportunidad. La paciencia necesaria para que las cosas acaben por acontecer.


(...)"Otra vez te reveo,
con el corazón más lejano, el alma menos mía.

Otra vez te reveo —Lisboa y Tajo y todo—,
transeúnte inútil de ti y de mí,
extranjero aquí como en todas partes,
casual en la vida como en el alma,
fantasma errando por salones de recuerdos,
al ruido de los ratones y de las tablas que crujen
en el castillo maldito de tener que vivir...

Otra vez te reveo,
sombra que pasa a través de sombras, y brilla
un momento a una luz fúnebre desconocida,
y entra en la noche como se pierde un rastro de barco
en el agua que deja de oírse.
Otra vez te reveo,
pero, ay, ¡a mí no me reveo!
Se rompió el espejo mágico en que me reveía idéntico,
y en cada fragmento trágico veo sólo un pedazo de mi —
¡un pedazo de ti y de mí!...
Lisbon Revisited (1926)
Álvaro de Campos

martes, 12 de junio de 2007

Lost in traslation

Se ha borrado una parte de mi vida.

No es que no la recuerde, no es eso. Hay imágenes que permanecen, soy capaz de reconocer los pensamientos que nacieron en aquel momento (la fuerza, las ganas, la búsqueda consciente) y algunas marcas en el cuerpo, pero aquellos rostros aparecen ya muy difuminados y no sé si sabría distinguir el timbre de voz o la manera de andar.

Lo vivido parece como ajeno, no consigo observarlo con un resto de asombro y hasta me cuesta comprender la importancia concedida.

Supongo que ese es el efecto del tiempo. Del olvido. De las nuevas corrientes que, desde entonces, llegaron y se fueron, fertilizaron o lo anegaron todo, y a las que acabará por sucederles exactamente lo mismo que a esa parte de mi vida que hoy siento que se ha borrado.

Pienso en esto después de ver 'Lost in traslation', de buscar un libro dedicado y de sentir una cierta extrañeza ante las palabras y los hechos.

Que la vida pasa, no se detiene, lo sé... Que es ese fluir benevolente el que nos permite dejar atrás lo que nos duele. Los engaños, las estafas. Pero, al mismo tiempo, también se encarga de eliminar las ilusiones, las caricias, los momentos de risa y de duda, neutralizando los efectos. A las personas que significaron algo en algún instante. Como si la piel se convirtiese en una especie de frontera...