martes, 28 de septiembre de 2010

El príncipe de Bissau

David tiene cinco años pero hace una veintena de días que se llama así. David. Y ese cambio de nombre simboliza otro más profundo porque su vida ha pasado de suceder en un orfanato de la capital de Guinea Bissau hasta un apartamento en Lisboa. Ahora tiene padres, él español, ella portuguesa, y un horizonte de vida completamente diferente. Un horizonte, para empezar.

Pronuncia mi nombre como cantando, Sonlla, y ha tardado bien poco en contar los pendientes de mi oreja izquierda, en jugar con el pelo y en soltar unas peroratas en criollo, a las que puedes responder con cualquier otro lenguaje que incluya caricias, paciencia y aprendizaje.


Para David, este mundo es nuevo (también para sus padres que ahora lo miran a través de él) y lo repasa por las noches cuando duerme. No te preocupes, pequeño. No se te va a escapar. Mañana cuando abras los ojos seguirá estando aquí, a tu disposición.

No puedo evitarlo, me recuerda a Mohamed y a un tiempo en el que pensaba que las acciones individuales consiguen cambiar, no el mundo, pero sí vidas concretas y aquello valía mucho.

A Tomás, Carla y David, por su encuentro

lunes, 27 de septiembre de 2010

"Momento de parar"

Pasan los días y se me olvida cumplir con el listado de obligaciones. Revisar el gas, enviar la factura, pedir cita.

Puedo seguir así una semana más pero no quiero que se me olvide hablar de Hilario, aquel tipo que habitó en Yaiza en 1730 y que subía al Timanfaya para buscarle alimento a su camella, unos higos, y no encontraba más que piedra calcinada. De cómo me sentí en casa en su casa, algunos siglos después. Tanto, que si es niña se llamará Yaiza y viajaremos a Lanzarote sólo para que ella vea escrito su nombre a la entrada del pueblo. Para que sepa apreciar el silencio, la habilidad y la belleza.


No quiero olvidar que con César Manrique y en esa isla por fin aprendí qué significa la pintura matérica. Que veo a Chirico en un espejo. Que me flipa la geometría, dos mitades, un todo, cuatro cuartos... Que una sola persona, si el mensaje es bueno, puede ejercer un gran poder de contagio. Dos ya hacen un milagro, Doctor en Alaska dixit.

Que Femés no duerme, que Teguise es mejor en día de no-mercado. Que lo habrás oído setenta veces pero los mejores caminos no siempre discurren en línea recta y, mucho menos, están señalizados.


Ha llegado ya el otoño y, como me descuide, se disipan los efectos del verano preparando el invierno con nuevas dosis de películas clásicas. Pero esto no está "metriculado" y los tiempos son así de caprichosos. Las personas te sacuden de vez en cuando con un efecto inesperado. La tierra, lo mismo. Así que me voy a dejar suelta para lo que venga, aunque llegue con efecto retroactivo y sin posibilidad de devolución.

"Siempre estamos oyendo disculpas, inconvenientes, aprobaciones anteriores, leyes caducas y un sinfín de aparentes tropiezos que parecen imposibles de corregir, con tal de no parar esa barbaridad que se nos echa encima.
Todo se puede corregir. Depende del entusiasmo, de tener una verdad en las manos y una valiente y honrada decisión
"
César Manrique, "Momento de parar", 1985

jueves, 23 de septiembre de 2010

Correr

I

Corro tanto, voy tan deprisa, que no tengo tiempo de parar a pensar si cada decisión que tomo, por pequeña que sea, es acertada o no; concuerda o no con lo que se busca.

El objetivo está claro y, si falta la reflexión, cuento con el instinto, con la habilidad o la torpeza de tratar a la gente, con la intuición de cómo me gustaría que fuera, con la búsqueda del equilibrio entre ellos y nosotros. Entre yo y ellos. Ante vosotros. Contigo.

No tengo tiempo porque soy la primera que se ha autoimpuesto la responsabilidad de no fallar pero quizás me estoy fallando (o engañando a mí misma). Por eso, esta semana me repito dos frases del "pequeño manual" de Universitas:
- No esperes que la vida sea justa
- Establece con claridad tus prioridades. Nadie en su lecho de muerte ha exclamado: ¡Caramba, si hubiera pasado más tiempo en la oficina!

A D., por su elegante no-despedida


II

Corro tanto, voy tan deprisa, que muchos días no me gusta que mi madre me recuerde por teléfono lo acelerada que estoy. Eso, el teléfono, es prácticamente lo único que tengo para saber cómo le fue a mi sobrino en su primer día de cole, cómo llevan ellos su paternidad, qué más le pasa a la gente. Y no quiero ni pensar en las conversaciones pendientes, encuentros adiados y cenas o fines de semana en los que me gustaría estar.


Y lo peor es que pienso en lo que haría si tuviera tiempo y lo que se me ocurre es: no estar aquí.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Fe

Han pasado diez días pero cuando cierro los ojos sigo dibujando el perfil de Yaiza desde la casa de Hilario. Da igual hacia donde mire.

O hacia el pueblo con sus palmeras, sus casitas encaladas y las tres montañas ocres, una de ellas perfectamente cónica como si hubiese sido moldeada por unas manos expertas. O hacia las negras del Timanfaya, con su vómito de siglos y silencio.


Sigo pensando en Hilario y su camella, que volvieron de las montañas rojas. En las flores de cactus, tan caprichosas que apenas duran un día. En el simple y puro ejercicio de estar. Tú no tienes prisa. Es el sol el que quiere salir o irse, son las nubes las que se mueven, los colores los que mandan.


Han pasado diez días pero no consigo olvidar que se me había olvidado quedarme quieta contemplando cómo la naturaleza reacciona a sus ciclos. Que si quieres saber, pregunta a quien conoce. Y que te dejes de historias, que sí creo en la energía.