martes, 28 de agosto de 2007

27 de agosto, 2 de la madrugada

Descorcho el Torremayor de 'Los persas' para celebrar que el verano empieza, que las voces y los rostros se diluyen, que se apagan las luces. Se acaba el teatro y sigue la vida, ya no tan apacible, más alterada.

Bebo un vino conmemorativo del réquiem y saboreo a solas y de madrugada la huella y los acentos de todos esos momentos regalados a altas horas de la noche y en compañía. En medio de la confusión, cuando nadie te observa, donde menos te lo esperas. Cada pequeño detalle no programado. Ínfimo, frágil, fugaz.

Se acaba la función y empieza el drama de ajustarse a la falta de penumbras.

Es ahora cuando salto más alto, a veces no mido mis fuerzas, vuelvo a tropezar en las mismas ganas, en esa otra mirada, en esta nueva piel cada vez más sensible, menos perezosa. Más yos.

¿Duermes?

Las frías estadísticas, la media matemática, la regla de tres. Sácame de aquí. Despiértame. O no. Prefiero mantener los ojos cerrados y seguir tiñendo de polvo mis dedos... lo que cada uno tiene es lo que cada uno da y si vienen más pues lo reparte... de piedra mis codos, de noche mis ojos.

lunes, 27 de agosto de 2007

La mar respira calma

Los cuerpos se estiran y las mentes meditan sintiendo que cada pequeña molécula, que cada nanocentésima parte de ti influye en lo que comunicas al exterior. No somos lo que mostramos, sino lo que nos recorre en esta pequeña distancia y el tiempo ralentizado que empleo para señalar donde acabo, donde empiezas. Ese mismo punto en el que conectan unos pies descalzos, la ameba, una sonrisa al infinito para ejercitar los músculos de la cara, la luna que roza los límites y los movimientos sinuosos de una libélula sobre los azulejos blancos de una pared.

El cuerpo pertenece a la mente y la mente es un animal extraño. Ajeno y libre. Sensible a los pentagramas que dibujan un cuaderno improvisado, a las diferencias entre mis dedos y las membranas de un pato, la sopa química, la tragedia y la belleza de ser.

martes, 21 de agosto de 2007

Con lupa

Eso sólo lo diré después. Cuando los hechos necesiten palabras en las que apoyarse. Cuando ya sea demasiado tarde.

martes, 14 de agosto de 2007

Gentes II

OL
Siente vértigo en las gradas de la Alcazaba, sus pies se tuercen en las piedras del teatro y su vista operada le regala halos por las noches, como si pudiera adentrarse en las luces y en las sombras que pueblan las bambalinas. Pero no te dejes engañar por sus pasos dubitativos: tiene muy claro cuál es el buen y el mal teatro, su vasta cultura musical y literaria le enriquece los contextos, es capaz de emocionarse hasta seis veces con la misma obra, se aprende los diálogos, sin alzarse en crítica gratuita pero creando teorías sobre la tetosterona del macho.

OU
Llega tarde pero a tiempo, hablando de bicicletas, natalidades tempranas y cerditos felices. Su vida viaja de meses en meses en cajas de mudanza pero él es rítmico, ávido y ágil. Le ha marcado no nacer en un pueblo de Segovia pero lleva la diversidad del mundo tatuada en la peca de la nariz y lo mismo improvisa una canción, que un chiste de Schopenhauer, una perfomance o una conversación. Es divertido y algo disperso. Detesta los aires acondicionados y los niños obesos pero lo compensa con una mirada curiosa, atenta e inteligente.

Con H
Es cabezota, exigente y algo orgulloso. Racional, equilibrado, muy sensible y hasta tímido. Se mueve, nervioso; sabe lo que quiere contar pero va improvisando, se va adaptando a medida que interactúan la imaginación y la realidad. Su nombre lleva hache intercalada, ha huido del peso de los apellidos hasta tener creada su personalidad, algo que ha conseguido con una mente privilegiada. Bebe despacio el vino blanco, ha adelgazado hasta quince kilos, sus piezas son poesía visual y ¿su mundo?. Un nudo (o un juego) de metáforas.

Gentes

Ya no hay cafés a primera hora de la mañana, risas, planes, proyecciones, intentos de comprarse coches, reformas de la casa, animales domésticos o divagaciones varias sobre universos dispersos concentrados.

Lo que hay son nombres propios, el sonido martilleante del teléfono y PERSONAS. Cuerpos cansados que siguen hasta el final a las mentes frenéticas, absorbidas, concienciadas y preparadas para sufrir y disfrutar el calendario hasta el final. Para tachar los días, para gozar las noches, para crear una red común. Para alegrarse al unísono, llevarse las manos a la cabeza, aprender de los errores e inyectarse nuevas dosis de teatro.

lunes, 13 de agosto de 2007

Mañana

Cuando la amenaza de la muerte te sobrevuela, ese dolor agudo que se agarra a las entrañas, resulta insultante que el resto del mundo permanezca ajeno e indiferente. Sólo sientes ganas de gritar ante semejante injusticia. ¿Acaso no véis que algo me come por dentro? ¿Cómo podéis seguir moviéndoos, cuando la incertidumbre es insoportable?, ¿cuándo la sospecha tiene nombre científico propio y el reloj acelera sus cuentas?.

Pero, mientras la muerte permanece agazapada, la vida no se detiene. Tampoco así se detiene.

El avión despega, la pesadilla viaja dentro, y nadie alrededor es capaz de observar o sentir el nudo que oprime mi estómago y la garganta. Mis propias piernas no me obedecen, un pie detrás del otro, avanzo, me estoy yendo, cuando lo único que quiero es que la vida se pare, aquí y ahora. Para todos. Para negarle a la muerte cualquier posibilidad de fluir. Para negarle al dolor la existencia.

Pero sabes que la vida no cesa. Que es absurdo y grotesco pero, mientras un bebé recién nacido está aprendiendo a enfocar la mirada y a reconocer a su madre por los olores, por el timbre de voz; la muerte duerme, latente, en las ramificaciones entre el hígado y la vesícula.

Y te molestan las risas ajenas (¿dónde está la tuya?), que canten cumpleaños feliz, que el avión despegue, que desmonten los coches calcinados en el teatro, que se diluyan las ausencias... Te molesta la vida. Absurda y egoísta. Incomprensible. Dolorosa. Cruel y ácida. Sin mañana, como mera posibilidad.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Réquiem




Ahora que te desintegras, las arenas del desierto se cuelan también en mis pesadillas.

Foto: Jero Morales