martes, 20 de septiembre de 2011

... pero eso es otra historia

Remuevo un poco la pasta con una cuchara de madera para que no se pegue al fondo de la olla mientras mi mente va dictando:

“Mis padres habían llegado a ese acuerdo cuando yo nací, así que nunca sentí la necesidad de acostumbrarme porque aquella regla de convivencia no escrita formaba parte del orden natural de las cosas

El otro día me contaron una historia que podría empezar así.

Habla de un matrimonio que llega a un pacto de convivencia cuando nace su primer hijo: ella se ocupa del bebé de lunes a viernes, mientras él invierte la mayor parte de sus horas en una multinacional.

Los fines de semana se intercambian los papeles. El tiempo de ella vuelve a sus manos mientras que la responsabilidad del pequeño pasa, en exclusiva, a él.


Ese reparto gira en mi cabeza al mismo ritmo que la pasta con la que hoy voy a hacer una ensalada y, mientras manoseo los trocitos de cazón para acostumbrarme a la textura del pescado antes de embadurnarlo de harina, sigo pensando en el detalle que la hace especial.

Y es que él, muchos domingos, en vez de pasear con el carro por las avenidas de Madrid o por el Retiro, se lleva al niño al Museo del Prado. Y allí, entre la época negra de Goya, “Las meninas” de Velázquez, el lapislázuli de “El descendimiento” de Rogier Van der Weyden y la monja con cuerpo de cerdo de El Bosco, pasan sus horas el padre y el hijo.

Semana tras semana. Mes tras mes. ¿Año tras año?


Lo que me gusta de esta historia es el cerebro del niño, cómo irá asimilando colores, formas, figuras, escenas, historias, normas, costumbres, relaciones, conceptos…

Mientras mis manos preparan la ensalada y el cazón en adobo, sigo buscando en mi mente las palabras para contarla.

viernes, 16 de septiembre de 2011

hoy

Al gato le ha dado por esconderse detrás de las ruedas de la bicicleta y a mí por pensar que suelo visualizarme en la meta, antes ni siquiera de haberme atado los cordones de las zapatillas que me harán correr.

jueves, 15 de septiembre de 2011

gerundio

Siempre me ha gustado atravesar los puentes, esos territorios fronterizos entre dos partes de lo mismo que, sin embargo, suelen ser tan distintas.

El paso se agiliza y el pensamiento se vuelve más lúcido.


Si, por ejemplo, el puente romano de Mérida pudiese hablar, hablaría de cómo las espirales se deshacen estirando del hilo por la pregunta más evidente. O de cómo la conversación fluye cuando nos protege un mismo paraguas.

Por eso, me gustaría quedarme prendida en el gerundio de cada uno de ellos. Atravesando el puente. En ese movimiento perpetuo entre dos mitades de un todo un tanto desordenado y caótico.

Foto: Puente Romano de Vilariño Frio (Ourense)

martes, 13 de septiembre de 2011

ingravidez

Formo parte de una generación para la que nuestros padres soñaron una vida completamente diferente a la que ellos habían tenido.

Nada de las exigencias del campo ni de las limitaciones del entorno, sino las oportunidades urbanas, la universidad, un futuro asegurado.


Mi bisabuelo hizo la guerra de Cuba y volvió de allí, entre otras, con una enfermedad venérea. A mis abuelos les tocó la Guerra Civil y Gerardo solía decir que la educación era el único patrimonio que podría dejar a sus hijos.

Mi madre trabajó en una fábrica de buñuelos en Suiza y mi padre, creció siendo pastor. Consiguió emplearse en una gasolinera y, después, como recadero en un Banco. De allí ya no salió hasta treinta y cinco años después, directo a la prejubilación.

Mi familia construyó su casa con sus propias manos y, en un momento dado, hizo las maletas pensando en la prosperidad.

¿Y yo?

Desde niña, tuve la oportunidad de ir a clases de tenis con Manolo, de piano en distintos conservatorios y estudié en la privada, aunque saliese de allí sin saber quiénes eran Chomsky, Kapuscinski o Ramonet.

Aprender… aprendí que, si quieres algo, tienes que pagarlo pero no acabo de entender cómo tantas cosas tienen un precio desorbitado cuando ocupan un lugar secundario en esta historia.

Hoy, cuando el presente tiembla bajo nuestros pies y nadie se atreve a hacer un vaticinio sobre el futuro, sigo flotando en una especie de ingravidez.

No paro de preguntarme qué se ha quedado atrapado entre lo que ellos fueron y lo que estamos siendo.


Qué ganamos y qué perdimos con aquel salto generacional.

Qué se concentra en ese pulso entre unas formas de vida que interrumpimos en nombre del progreso y, otras, que no acabo de comprender ni me da la gana de asimilar.

Fotos: Reitoral de Chandrexa

jueves, 8 de septiembre de 2011

sueños

Dicen que los sueños se construyen con la imaginación y con la memoria.


Hubo un tiempo en el que, cada noche, mientras dormía, me escapaba de Valencia y volaba hacia el pueblo, hacia aquellos años en los que jugábamos a ser mayores cruzando el embalse sin más ayuda que la de no sabernos solos.

Foto: Embalse de Guístolas

lunes, 5 de septiembre de 2011

materiales

Cuando me faltan las fuerzas existen tantos lugares en los que refugiarme, aunque sea mentalmente…


tantas personas que consiguen sostenerme, aún en la distancia…

tantas ideas y tantos proyectos que no puedo permitirme el lujo de no vivir, cuando no es la propia realidad la que llega para sorprenderme

… que estoy empezando a pensar que he conseguido ser tan dúctil como el cristal.

Foto: mi rincón en casa de Xurxo, Chandrexa (Ourense)

sábado, 3 de septiembre de 2011

presencias

Ven. Siéntate. ¿Cómo has pasado la noche?


Yo no he podido dormir demasiado. He soñado que estabas aquí.

viernes, 2 de septiembre de 2011

casa


Cuando era pequeña, miré tantas veces a través de esta ventana observando lo que otros hacían y soñando despierta que ahora, cada vez me asomo, no consigo estar sola ni fijar la fecha del calendario.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Viaje al centro de la tierra

Esto es un endrino.

¿Y esto? Un membrillo.

Esto, un lúpulo y se usa para fabricar cerveza.

Las avellanas nacen del avellano y, cuando están maduras, sólo tienes que menear una rama para que acaben desparramadas por el suelo.


El árbol que mejor sombra da en gallego se llama “padrairo” y dicen que, si quieres evitar plagas en los árboles frutales y huir de los productos químicos, basta con clavarles un clavo de cobre en el corazón del tronco, cubrirlo con cera y esperar que lo asimile la savia.

En los años de subsistencia las castañas eran, junto al pan centeno y las patatas, la alimentación básica de los habitantes de mi pequeño país pero ya apenas quedan “sequeiros”, tan sólo los que se rehabilitan con fines turísticos.

Eugénio de Andrade decía que para ser poeta hay que conocer el nombre de las cosas. Después de estas vacaciones de regreso a los orígenes, para mí la reflexión es más amplia.

Si quieres ser persona, empieza por saber nombrar lo que te rodea y luego conversamos.

Parece obvio pero no lo es tanto. En esas estoy.