Jugando a dibujar el laberinto llegó un momento en que casi… casi… alcancé la salida. Ahí parecía estar ante mí la solución al acertijo. Dos pasos a la derecha, cinco a la izquierda y podría haber acabado de una vez por todas con la desorientación y la impaciencia.
Pero, en vez de sentir alivio y salir corriendo, tuve un momento de lucidez.
Miré a mi alrededor y mayo había hecho florecer de nuevo los jacarandás. El gris del asfalto se había transformado en un inmenso espejo en el que se reflejaban los universos múltiples de Everett. Retrocedí un paso y detrás de mí estaba puesta la mesa del banquete, con gambas “buenas, buenas” y un domingo con todas sus horas.
Entonces, supe que no quería salir del laberinto, sea esto lo que sea. Que voy a seguir jugando a desvelar las sorpresas que me esperan si vuelvo a perderme por estas calles y llamo a tu puerta.
viernes, 27 de mayo de 2011
miércoles, 25 de mayo de 2011
Ruptura temporal
Se me ha roto el eje temporal y ahora voy dando saltos, de jueves a jueves hasta el 30 de junio, como si la vida fuera algo estático y tú y yo siguiéramos estando en la misma posición dentro de seis semanas y pudiéramos salir por la tele aparentando normalidad.
Se me han roto los espejos y ahora juego a mirarme en cada uno de los pedazos.
En un cachito de espejo trato de soñar. En otro, veo a Don Draper y a Peggy Olson. En otro, se anuncian cambios. En uno más grande, hablo con quien se fue hace tiempo pero no del todo. Y en los otros, aparecen los listados de cosas por hacer antes de irme, para irme.
Así que… que se rompa lo que se tenga que romper, que ya nos curaremos las heridas con el tiempo y ante el espejo.
Se me han roto los espejos y ahora juego a mirarme en cada uno de los pedazos.
En un cachito de espejo trato de soñar. En otro, veo a Don Draper y a Peggy Olson. En otro, se anuncian cambios. En uno más grande, hablo con quien se fue hace tiempo pero no del todo. Y en los otros, aparecen los listados de cosas por hacer antes de irme, para irme.
Así que… que se rompa lo que se tenga que romper, que ya nos curaremos las heridas con el tiempo y ante el espejo.
martes, 24 de mayo de 2011
Aprender a decir
Me he desperezado y he salido a la plaza a aprender a decir:
Que vivo sin tele porque no soporto que me traten como si fuera idiota y no supiese pensar por mí misma.
Que estoy buscando la manera de conseguir, con pequeños gestos cotidianos, estorbar lo menos posible. Saber cómo se produce lo que como y decidir. Saber cómo se genera la energía que consumo y decidir. Alargar la vida de la ropa, de los electrodomésticos. No necesitar a los bancos. Y no sentirme idiota por intentarlo.
Que no quiero formar parte de un juego político, en el que ellos se lo guisan, ellos se lo comen, se lo beben y tu trabajo es servirles de banquete y hasta tienes que mostrarte agradecido mientras eructan de satisfacción.
Que tengo una sensación de estafa en cadena. Ellos me estafan y yo te estoy estafando, mientras el resto nos vamos estafando los unos a los otros.
Que no todo vale, no todo está justificado ni es comprensible.
Que no entiendo que tengamos que pagar entre todos la deuda adquirida por algo de lo que no nos hemos beneficiado y que ya hemos ido pagando a (in)cómodos plazos.
Que no entiendo los pagos de favores, la compra de decisiones, la venta de principios. Los privilegios.
Que no entiendo muchas de las cosas que suceden a mi alrededor, por eso prefería aislarme del mundo a que el “supuesto mundo” me contaminase.
Hasta que he salido a la plaza y he visto que no estoy sola ni loca. Que somos unos cuantos. Y lo que es aún mejor, que tampoco soy misántropa. Que sigo creyendo en el poder de las personas y su efecto contagio.
Por mucho que lo intenten, no han conseguido anular nuestra capacidad de pensamiento ni acción. Del dicho al hecho… sólo hay pequeños pasos y hemos empezado a caminar.
“(…) nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor: la facultad de negar nuestro consentimiento”.
Steinlauf, sargento del ejército austro-húngaro prisionero en los campos de Buna (Auschwitz), 1944, citado por Primo Levi en “Si esto es un hombre”
Foto: Olga Ayuso
Que vivo sin tele porque no soporto que me traten como si fuera idiota y no supiese pensar por mí misma.
Que estoy buscando la manera de conseguir, con pequeños gestos cotidianos, estorbar lo menos posible. Saber cómo se produce lo que como y decidir. Saber cómo se genera la energía que consumo y decidir. Alargar la vida de la ropa, de los electrodomésticos. No necesitar a los bancos. Y no sentirme idiota por intentarlo.
Que no quiero formar parte de un juego político, en el que ellos se lo guisan, ellos se lo comen, se lo beben y tu trabajo es servirles de banquete y hasta tienes que mostrarte agradecido mientras eructan de satisfacción.
Que tengo una sensación de estafa en cadena. Ellos me estafan y yo te estoy estafando, mientras el resto nos vamos estafando los unos a los otros.
Que no todo vale, no todo está justificado ni es comprensible.
Que no entiendo que tengamos que pagar entre todos la deuda adquirida por algo de lo que no nos hemos beneficiado y que ya hemos ido pagando a (in)cómodos plazos.
Que no entiendo los pagos de favores, la compra de decisiones, la venta de principios. Los privilegios.
Que no entiendo muchas de las cosas que suceden a mi alrededor, por eso prefería aislarme del mundo a que el “supuesto mundo” me contaminase.
Hasta que he salido a la plaza y he visto que no estoy sola ni loca. Que somos unos cuantos. Y lo que es aún mejor, que tampoco soy misántropa. Que sigo creyendo en el poder de las personas y su efecto contagio.
Por mucho que lo intenten, no han conseguido anular nuestra capacidad de pensamiento ni acción. Del dicho al hecho… sólo hay pequeños pasos y hemos empezado a caminar.
“(…) nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor: la facultad de negar nuestro consentimiento”.
Steinlauf, sargento del ejército austro-húngaro prisionero en los campos de Buna (Auschwitz), 1944, citado por Primo Levi en “Si esto es un hombre”
Foto: Olga Ayuso
martes, 17 de mayo de 2011
Cada día
Viernes, Badajoz
Aquí vivo. Esta es mi casa.
O quizás me estoy equivocando de tiempo verbal y debería decir: “aquí viví y fui feliz” / “aquí viviré para ser feliz”
Porque estos muebles vacíos y esa luz admiten todos los juegos posibles… acabo de marcharme o todavía no he llegado…
Sea como sea, a los espacios creados por Ignacio Llamas siempre querré regresar, aunque nunca hayan sido habitados por mí.
Foto: Ignacio Llamas, Galería Ángeles Baños
Sábado, Cáceres
Hay canciones que se agarran al estómago y no importa cuántos años hayas pasado sin escucharlas porque, cuando vuelvan a sonar, te darás cuenta que no has olvidado ninguna de sus cualidades: ni la irreverencia, ni la poesía ni las piruetas en el aire.
Comprenderás que, en realidad, nunca se fueron. Que los que se largaron fueron los invitados.
Ellas siguen allí, cantando bien alto y bien claro las mismas estrofas que un día se instalaron a vivir plácidamente dentro de tu estómago.
Foto: G. / Maria Antònia, de A naifa (Womad 2011)
Domingo, Mérida
Aquí vivo. Así es el mundo que hemos creado entre todos. Desconfiado, incomunicado a pesar de todo, incrédulo.
Pero creo que algo está cambiando y, antes de practicar el arte del escapismo, voy a aprender a decirte sin megáfono que no juegues con mi consentimiento porque no lo tienes.
Sin foto: Manifestación en Mérida por una “Democracia Real Ya”.
Aquí vivo. Esta es mi casa.
O quizás me estoy equivocando de tiempo verbal y debería decir: “aquí viví y fui feliz” / “aquí viviré para ser feliz”
Porque estos muebles vacíos y esa luz admiten todos los juegos posibles… acabo de marcharme o todavía no he llegado…
Sea como sea, a los espacios creados por Ignacio Llamas siempre querré regresar, aunque nunca hayan sido habitados por mí.
Foto: Ignacio Llamas, Galería Ángeles Baños
Sábado, Cáceres
Hay canciones que se agarran al estómago y no importa cuántos años hayas pasado sin escucharlas porque, cuando vuelvan a sonar, te darás cuenta que no has olvidado ninguna de sus cualidades: ni la irreverencia, ni la poesía ni las piruetas en el aire.
Comprenderás que, en realidad, nunca se fueron. Que los que se largaron fueron los invitados.
Ellas siguen allí, cantando bien alto y bien claro las mismas estrofas que un día se instalaron a vivir plácidamente dentro de tu estómago.
Foto: G. / Maria Antònia, de A naifa (Womad 2011)
Domingo, Mérida
Aquí vivo. Así es el mundo que hemos creado entre todos. Desconfiado, incomunicado a pesar de todo, incrédulo.
Pero creo que algo está cambiando y, antes de practicar el arte del escapismo, voy a aprender a decirte sin megáfono que no juegues con mi consentimiento porque no lo tienes.
Sin foto: Manifestación en Mérida por una “Democracia Real Ya”.
miércoles, 4 de mayo de 2011
Cuentos, de Roberto Bolaño
Entro en los cuentos de Bolaño como quien llega a casa, saluda a la multitud, se prepara un café y se sienta en el sofá para escuchar una historia más, como si ese gesto fuese lo más cotidiano del mundo. Conversar con los invitados que, desde hace tiempo, frecuentan tu hogar sin que nadie los haya convocado.
Son detectives, policías de Sonora, escritores fracasados, jóvenes delincuentes, buscavidas, asesinos… todo tipo de seres solitarios sin rumbo fijo pero eso sí, una historia que contar; una gran historia sin final. Aunque el final sea un pensamiento cualquiera, un día cualquiera, la vida en continuidad.
Algunos tienen nombre propio, como Amalfitano y, con un nombre así, no es de extrañar que pueda formar parte de distintas historias y acabe mereciéndose la suya propia. Otros, son tan solo una inicial. B. Z. X.
Otros permanecen callados y sentados en la escalera, observando el cuadro de Marta y asomándose a las ventanas de Moscú, Alemania, el DF, Girona, un camping o una estación de tren. Casi todos escriben cartas y los perturbados mentales prefieren el jardín, sobre todo ahora en primavera, cuando los periódicos esconden mensajes cifrados con perfume de rosas.
El gato nos mira porque no sabe distinguir entre cuerdos y locos y tanta gente a él le parece, sencillamente, demasiada gente. Pero, igual que nosotros, se sienta a esperar que llegue ese tipo de gafas, pelo rizado, cejas pobladas y chaqueta de cuero que fuma un cigarro tras otro, escribe los cuentos de diez en diez y es el único que tendría, si quisiera, la capacidad de borrarnos al párrafo siguiente.
“En la raíz de todos mis males se encuentra mi admiración por los delincuentes, las putas, los perturbados mentales, se decía Amalfitano con amargura. Cuando adolescente hubiera querido ser judío, bolchevique, negro, homosexual, drogadicto y medio loco, y manco para más remate, pero sólo fui profesor de literatura.
Menos mal, pensaba Amalfitano, que he podido leer miles de libros”
“Los sinsabores del verdadero policía” – Roberto Bolaño
Son detectives, policías de Sonora, escritores fracasados, jóvenes delincuentes, buscavidas, asesinos… todo tipo de seres solitarios sin rumbo fijo pero eso sí, una historia que contar; una gran historia sin final. Aunque el final sea un pensamiento cualquiera, un día cualquiera, la vida en continuidad.
Algunos tienen nombre propio, como Amalfitano y, con un nombre así, no es de extrañar que pueda formar parte de distintas historias y acabe mereciéndose la suya propia. Otros, son tan solo una inicial. B. Z. X.
Otros permanecen callados y sentados en la escalera, observando el cuadro de Marta y asomándose a las ventanas de Moscú, Alemania, el DF, Girona, un camping o una estación de tren. Casi todos escriben cartas y los perturbados mentales prefieren el jardín, sobre todo ahora en primavera, cuando los periódicos esconden mensajes cifrados con perfume de rosas.
El gato nos mira porque no sabe distinguir entre cuerdos y locos y tanta gente a él le parece, sencillamente, demasiada gente. Pero, igual que nosotros, se sienta a esperar que llegue ese tipo de gafas, pelo rizado, cejas pobladas y chaqueta de cuero que fuma un cigarro tras otro, escribe los cuentos de diez en diez y es el único que tendría, si quisiera, la capacidad de borrarnos al párrafo siguiente.
“En la raíz de todos mis males se encuentra mi admiración por los delincuentes, las putas, los perturbados mentales, se decía Amalfitano con amargura. Cuando adolescente hubiera querido ser judío, bolchevique, negro, homosexual, drogadicto y medio loco, y manco para más remate, pero sólo fui profesor de literatura.
Menos mal, pensaba Amalfitano, que he podido leer miles de libros”
“Los sinsabores del verdadero policía” – Roberto Bolaño
martes, 3 de mayo de 2011
En Re Mayor
Después de haber pasado todo el fin de semana sin más televisión que un documental sobre Chernóbil, sin radio, internet o redes sociales, llegué a Mérida y la tarde del domingo se me fue reorganizando los libros para ganar espacio.
Se me fueron las horas imaginando que era un extraño el que tenía que leer mi vida a través de esos libros. De los párrafos subrayados, de las dedicatorias o de los textos escritos a mano en los “Crímenes ejemplares” de Max Aub, por poner un ejemplo.
Como si ese ser desconocido aniquilase identidades y borrar la mía fuese su próxima misión pero, antes, decidiese curiosear un poco.
Con o sin juegos, se me fueron las horas leyéndome por dentro y por fuera, ordenándome por dentro y por fuera.
POR FUERA
La poesía la prefiero por impulso. Es más una intuición que una referencia concreta. Y, por eso, no tiene ningún orden. Mejor así.
Las novelas están organizadas por procedencia y por orden alfabético. En español, la A de Atxaga, la B de Benedetti, Bolaño y Borges; la G de García Márquez y Galeano, la S de Sabato y Semprún, la V de Vargas Llosa y Vila-Matas.
En la estantería de la derecha, los libros de aquel viaje por la memoria y la guerra civil.
Después, los extranjeros. La A de Auster, la B de John Berger. Homero al lado de Horbny, Houllebecq y Huxley. La K de Kapuscinski, la M de Mankell, Márai, Mréjen y Haruki Murakami, la ene de Amélie Nothom y la erre de Jasmina Reza.
POR DENTRO
El simple acto de ordenar los libros hizo de aquél un buen domingo de viaje e imaginación. Tocarlos, abrirlos, olisquearlos, limpiarles el polvo acumulado, ver cómo las páginas se van arrugando conmigo, poner en la lista de “urgente” alguna relectura.
Pensé que con los libros, como con casi todo en la vida, funciono a golpe de creencia. ¿Por qué no decirlo? De obsesión.
Me muevo por la confianza en el placer del descubrimiento, del aprendizaje, de la curiosidad, del desafío, del acompañamiento, del consuelo. Y sé que lo que alguna vez hizo que me moviera, sigue siendo capaz, mucho tiempo después, de conmoverme. Que aquello sigue arraigado en alguna parte ¿del estómago?
Así que, cuando por fin me senté a cenar, entre los viejos amigos, invité a Ernesto Sabato a compartir la sopa de pollo y verduras que había recalentado porque quería reconocerme en aquella búsqueda juvenil de conciencia social. De respeto por la literatura con MAYÚSCULAS.
AYER - HOY
"Antes del fin" fue un regalo de Vicente, mi jefe en la ONG “Tierra de hombres”. Está fechado en Valencia, en 1999.
Está subrayado a conciencia. Porque, entonces, yo estaba muy perdida y a él, con ochenta y algo años, no le importaba reconocer su poca memoria (así sabía que recordaba lo que merecía la pena), su tendencia a la desdicha (del afán de superar los momentos críticos surgen certezas reafirmantes), sus dudas entre la ciencia y la creación (que le hicieron físico nuclear, novelista, ensayista, hombre sabio y pintor).
Cómo había descreído del sistema comunista pero no de la lucha por un mundo mejor (como los anarquistas, en el mejor sentido de la palabra) y cómo, si había algo que no se tragaba, era el neoliberalismo (eso de libertad tiene poco, decía) ni cómo la tecnología estaba ocupando nuestras vidas. Y cómo había leído siempre guiado por la voracidad de encontrar respuestas ante ciertos impulsos vitales que, cuando llegan, no sabemos cómo interpretar porque nos rompen.
Cené con él y lo volví a escuchar atentamente. Acabé preguntándole: ¿cómo es posible que hayan pasado 12 años y no hayamos hecho nada, que estemos todavía peor?
Se encogió de hombros, como si esa ya no fuese su película, y, antes de irse, me recordó:
“La literatura no es un pasatiempo ni una evasión, sino una forma –quizás la más completa y profunda- de examinar la condición humana”.
//
“Es inadmisible abandonarse tranquilamente a la idea de que el mundo superará sin más la crisis que atraviesa”
Sólo cuando salió por la puerta, al cerrar las páginas, al guardarlo en la segunda estantería de la izquierda por abajo, entre su “El túnel” y “La sonrisa etrusca” de José Luis Sampedro, volví al mundo real.
Fue entonces cuando llamé a G. para contarle lo que me había pasado y fue él quién me dio la noticia.
Ernesto Sabato murió el sábado, 30 de abril, a los 99 años, en Santos Lugares (Argentina)
Se me fueron las horas imaginando que era un extraño el que tenía que leer mi vida a través de esos libros. De los párrafos subrayados, de las dedicatorias o de los textos escritos a mano en los “Crímenes ejemplares” de Max Aub, por poner un ejemplo.
Como si ese ser desconocido aniquilase identidades y borrar la mía fuese su próxima misión pero, antes, decidiese curiosear un poco.
Con o sin juegos, se me fueron las horas leyéndome por dentro y por fuera, ordenándome por dentro y por fuera.
POR FUERA
La poesía la prefiero por impulso. Es más una intuición que una referencia concreta. Y, por eso, no tiene ningún orden. Mejor así.
Las novelas están organizadas por procedencia y por orden alfabético. En español, la A de Atxaga, la B de Benedetti, Bolaño y Borges; la G de García Márquez y Galeano, la S de Sabato y Semprún, la V de Vargas Llosa y Vila-Matas.
En la estantería de la derecha, los libros de aquel viaje por la memoria y la guerra civil.
Después, los extranjeros. La A de Auster, la B de John Berger. Homero al lado de Horbny, Houllebecq y Huxley. La K de Kapuscinski, la M de Mankell, Márai, Mréjen y Haruki Murakami, la ene de Amélie Nothom y la erre de Jasmina Reza.
POR DENTRO
El simple acto de ordenar los libros hizo de aquél un buen domingo de viaje e imaginación. Tocarlos, abrirlos, olisquearlos, limpiarles el polvo acumulado, ver cómo las páginas se van arrugando conmigo, poner en la lista de “urgente” alguna relectura.
Pensé que con los libros, como con casi todo en la vida, funciono a golpe de creencia. ¿Por qué no decirlo? De obsesión.
Me muevo por la confianza en el placer del descubrimiento, del aprendizaje, de la curiosidad, del desafío, del acompañamiento, del consuelo. Y sé que lo que alguna vez hizo que me moviera, sigue siendo capaz, mucho tiempo después, de conmoverme. Que aquello sigue arraigado en alguna parte ¿del estómago?
Así que, cuando por fin me senté a cenar, entre los viejos amigos, invité a Ernesto Sabato a compartir la sopa de pollo y verduras que había recalentado porque quería reconocerme en aquella búsqueda juvenil de conciencia social. De respeto por la literatura con MAYÚSCULAS.
AYER - HOY
"Antes del fin" fue un regalo de Vicente, mi jefe en la ONG “Tierra de hombres”. Está fechado en Valencia, en 1999.
Está subrayado a conciencia. Porque, entonces, yo estaba muy perdida y a él, con ochenta y algo años, no le importaba reconocer su poca memoria (así sabía que recordaba lo que merecía la pena), su tendencia a la desdicha (del afán de superar los momentos críticos surgen certezas reafirmantes), sus dudas entre la ciencia y la creación (que le hicieron físico nuclear, novelista, ensayista, hombre sabio y pintor).
Cómo había descreído del sistema comunista pero no de la lucha por un mundo mejor (como los anarquistas, en el mejor sentido de la palabra) y cómo, si había algo que no se tragaba, era el neoliberalismo (eso de libertad tiene poco, decía) ni cómo la tecnología estaba ocupando nuestras vidas. Y cómo había leído siempre guiado por la voracidad de encontrar respuestas ante ciertos impulsos vitales que, cuando llegan, no sabemos cómo interpretar porque nos rompen.
Cené con él y lo volví a escuchar atentamente. Acabé preguntándole: ¿cómo es posible que hayan pasado 12 años y no hayamos hecho nada, que estemos todavía peor?
Se encogió de hombros, como si esa ya no fuese su película, y, antes de irse, me recordó:
“La literatura no es un pasatiempo ni una evasión, sino una forma –quizás la más completa y profunda- de examinar la condición humana”.
//
“Es inadmisible abandonarse tranquilamente a la idea de que el mundo superará sin más la crisis que atraviesa”
Sólo cuando salió por la puerta, al cerrar las páginas, al guardarlo en la segunda estantería de la izquierda por abajo, entre su “El túnel” y “La sonrisa etrusca” de José Luis Sampedro, volví al mundo real.
Fue entonces cuando llamé a G. para contarle lo que me había pasado y fue él quién me dio la noticia.
Ernesto Sabato murió el sábado, 30 de abril, a los 99 años, en Santos Lugares (Argentina)
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