Pero, en vez de sentir alivio y salir corriendo, tuve un momento de lucidez.
Miré a mi alrededor y mayo había hecho florecer de nuevo los jacarandás. El gris del asfalto se había transformado en un inmenso espejo en el que se reflejaban los universos múltiples de Everett. Retrocedí un paso y detrás de mí estaba puesta la mesa del banquete, con gambas “buenas, buenas” y un domingo con todas sus horas.
Entonces, supe que no quería salir del laberinto, sea esto lo que sea. Que voy a seguir jugando a desvelar las sorpresas que me esperan si vuelvo a perderme por estas calles y llamo a tu puerta.
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