No es cierto que la llegada de las estaciones se corresponda con algún calendario oficial. Sé que hace días que el otoño ronda por aquí. Lo noto en la temperatura de las mañanas, mientras espero el autobús, y en cómo la noche se va comiendo poco a poco las horas, los minutos. Pero el otoño no empezó hasta ayer, 28 de septiembre, cuando me asomé a la puerta para ver cómo las gotas iban mojando la tierra del jardín.
Así me quedé un buen rato. Escuchando y observando la lluvia. Recordando cómo es el agua del mar cuando hace frío. Pensando en Paul Newman, en el fondo de sus ojos azules y en la ira desbordada que se sujeta en el alcohol y en una muleta. Acabo de colocar su foto en la nevera, junto a la de Ángel González que provocó que el invierno pasado fuese todavía más gélido y un artículo de Lobo Antunes con el que hace años llegó la primavera en diciembre.
Me asomo a la puerta y el otoño se cuela por todas partes. Entre mis piernas y en el lomo del gato que no es tan impermeable como quisiera. Entra con tal intensidad que me agarro al piano, a ver si es verdad que todo renace con el viento y esta colección de horas muertas.
lunes, 29 de septiembre de 2008
viernes, 26 de septiembre de 2008
Bookcrossing libre
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Polska
Han pasado siete días y sólo entonces soy capaz de balbucear un simple gracias. Dziekuje. La sonoridad de la palabra se queda colgando en la memoria porque la revisora del tren Varsovia-Cracovia lo ha repetido siete veces, tantas como pasajeros; igual que el tak, tak, tak de una conversación telefónica o el na zdrowie que Chema me enseñó antes de partir. Pero nie. No entiendo nada de lo que se dice y así es difícil llegar a conocer algo en profundidad, traspasar la frontera del objetivo fotográfico.
Viajar, así, se reduce a impresiones (Varsovia huele a chocolate un sábado por la mañana), a vivencias compartidas (los madrugones, la risa en un cementerio de Kazimiers, el miedo en otro de madera, buscar al enano), decenas de imágenes. Así, las conclusiones son rápidas (Polonia codiciada, dividida, entregada) y surgen gran cantidad de preguntas (¿porqué la iglesia tiene tanto peso?).
Pero no importa. No me voy a mudar y algo sí he aprendido. Que Polonia tiene siete países vecinos y delimita con Eslovaquia por los Tatras. Que su nombre viene de polanos, “gente del campo”, y que a lo largo de su historia, ha sido un pastel a repartir con lituanos, rusos, prusianos, austriacos, alemanes, monarcas, comunistas, estadistas europeos y empresas. He aprendido que existió Katyn, un eje y un pacto; que la segunda universidad europea –la de Cracovia- nació por celos, que allí estudió Copérnico, el que “paró el Sol y movió la tierra” y que en su museo conservan el primer globo terráqueo en el que aparece todo el continente americano, cuando en las Antillas había una isla llamada Isabella y América del Norte colindaba con Madagascar.
Algo siempre se queda pegado a la piel, ya sea el corazón de Chopin conservado en alcohol, el sabor de los caramelos mamba o la mítica puntualidad de los transportes del Este, aunque sean viejos y estén oxidados. Impresiona el modo que tienen de relacionarse un coche y un peatón, cómo el gueto de Varsovia se está transformando en un barrio financiero, percibir el contraste generacional y la ausencia de clases. Impresiona tanta gente en las iglesias, tantas iglesias; deambular por los callejones de Cracovia, entrar en cada uno de ellos como si abrieras un regalo… ¿con qué me vas a sorprender ahora?; descubrir un barrio dentro de una plaza en Wroclaw, como si se tratase de muñecas rusas.
No importa porque, aunque no puedas comunicarte del todo bien, a veces en tu propia lengua tampoco eres capaz y hay algo común en el modo de entender la naturaleza, la belleza, el dolor. Si ves a una anciana mochilera en Zakopane, subiendo el Dolina Bialego con más entereza y fuelle que tú, no necesitas más palabras. Las esculturas humanas de Magdalena Abakanowicz, los fotomontajes de Janina Zemojtel, el encanto de las galerías en Wroclaw o nuestro café de pupitres en Cracovia tampoco precisan grandes explicaciones. Y un agujero de bala es un agujero de bala aquí y en Singapur. En un muro y en una cabeza.
No me engaño. Viajar así es aproximarse. Crees que descubres algo ajeno cuando, en realidad, estás mirando desde dentro. Juegas a escapar de lo cotidiano y eso sí se ha quedado grabado en la piel y en los músculos de la espalda. Construyes escenas de la vida polaca en plazoletas, mirando los rostros de los que pasan en tranvía y en el mercado. Captas formas, fondos, observas, te dejas ir y las preguntas que se formulan ya las irás contestando. Sin prisa.
martes, 23 de septiembre de 2008
Ficciones
Es un final común. No volvimos a vernos. Un final que se sigue construyendo día a día, estación a estación, cada vez que el tiempo pasa, se consume y confirma que no hay nuevas huellas tuyas en la calles de Cracovia.
Hoy pregunté por ti en el café. Ni rastro de Witold. Las sillas y los ceniceros, vacíos. Las velas apagadas. Tan sólo las luces de la mañana que lo invaden todo, que tejen tu sombra y la mía en este cuaderno azul, en esta historia con un final demasiado común que no termina.
Hoy pregunté por ti en el café. Ni rastro de Witold. Las sillas y los ceniceros, vacíos. Las velas apagadas. Tan sólo las luces de la mañana que lo invaden todo, que tejen tu sombra y la mía en este cuaderno azul, en esta historia con un final demasiado común que no termina.
martes, 2 de septiembre de 2008
Bienvenido septiembre, supongo
Bien mirado, nos hemos reído mucho. Hemos bailado, hemos destrozado algunas canciones en todo tipo de karaokes y vamos a solicitar el ingreso colectivo en la clínica. Hemos estado cerca. Cerca los unos de los otros, cerca de reventar, de ceder, aunque también cerca del cielo.
Veo ahora tus fotos, hermanito, y me parece que ha pasado un siglo desde que dijiste: "si me dais esta oportunidad"... Las raíces que explicaban eso llegaron después, en noches de confidencias y desahogos pero hoy ya sé que nadie podrá robarte la confianza. Ni los pasos.
Veo ahora las fotos de este no-verano, el segundo. Una conversación mientras esperamos que llegue el descanso de la orquesta, creyendo que hemos localizado a nuestras 'estrellas'. El streptease de boda que no tendré. Los ojos hinchados después de haber soltado todo el veneno. Un fado que es tango. Subirse donde no corresponde. Veo abrazos y expresiones de euforia.
Veo, incluso, lo que no se ha fotografiado. Quien siempre dice sí y se dispone, algunas conversaciones-clarividencia, regalos inesperados. La sombra de Roberto Traferri dibujada entre el escenario y el vomitorio, cómo Charo Feria explica una lección magistral de Terzopoulos, que Chema me pregunte por 'Los persas' cuando todavía no ha dejado de grabar. Un abrazo de César delante de la fotocopiadora, el predictor de Carolina, las veces que Javier se ha caído y todo lo que me ha hecho reír. Todo lo que me ha cuidado. Las revoluciones pendientes de Cefe, los intercambios musicales con Chesku y la francesa pelirroja de tez blanca que tardó pero tuvo su momento.
Ha sido el segundo y no ha sido genial. No, al contrario. Ha sido duro. Mucho. Como todo lo que pierde la ingenuidad y obliga a estirar el cuello para que el agua no acabe asfixiándote. "Verás cosas que no querrás ver", predijeron. Las he visto. Pero, aún así... nos hemos reído mucho, nos hemos desgañitado (avalanchaaaaaaaa) y ha vuelto a ser un auténtico privilegio.
Un privilegio que Cris me regale una piedra del Guadiana de esas que desafinan, que alguien me acaricie desde el antebrazo y hasta la falange en señal de agradecimiento por la comprensión, que Juan Muñoz venga a la mente como referencia. Observar a Lavelli y Dominique en pleno proceso de creación, al Antonio Arias flipado con los York y al Morente, con el maestro Monleón. Que G. lo entienda así y quiera compartilo conmigo.
Otra vez... un privilegio ver crecer aquello que otros se permiten el lujo de juzgar sin más que ese momento preciso.
Foto: cflópez / festival de mérida
Veo ahora tus fotos, hermanito, y me parece que ha pasado un siglo desde que dijiste: "si me dais esta oportunidad"... Las raíces que explicaban eso llegaron después, en noches de confidencias y desahogos pero hoy ya sé que nadie podrá robarte la confianza. Ni los pasos.
Veo ahora las fotos de este no-verano, el segundo. Una conversación mientras esperamos que llegue el descanso de la orquesta, creyendo que hemos localizado a nuestras 'estrellas'. El streptease de boda que no tendré. Los ojos hinchados después de haber soltado todo el veneno. Un fado que es tango. Subirse donde no corresponde. Veo abrazos y expresiones de euforia.
Veo, incluso, lo que no se ha fotografiado. Quien siempre dice sí y se dispone, algunas conversaciones-clarividencia, regalos inesperados. La sombra de Roberto Traferri dibujada entre el escenario y el vomitorio, cómo Charo Feria explica una lección magistral de Terzopoulos, que Chema me pregunte por 'Los persas' cuando todavía no ha dejado de grabar. Un abrazo de César delante de la fotocopiadora, el predictor de Carolina, las veces que Javier se ha caído y todo lo que me ha hecho reír. Todo lo que me ha cuidado. Las revoluciones pendientes de Cefe, los intercambios musicales con Chesku y la francesa pelirroja de tez blanca que tardó pero tuvo su momento.
Ha sido el segundo y no ha sido genial. No, al contrario. Ha sido duro. Mucho. Como todo lo que pierde la ingenuidad y obliga a estirar el cuello para que el agua no acabe asfixiándote. "Verás cosas que no querrás ver", predijeron. Las he visto. Pero, aún así... nos hemos reído mucho, nos hemos desgañitado (avalanchaaaaaaaa) y ha vuelto a ser un auténtico privilegio.
Un privilegio que Cris me regale una piedra del Guadiana de esas que desafinan, que alguien me acaricie desde el antebrazo y hasta la falange en señal de agradecimiento por la comprensión, que Juan Muñoz venga a la mente como referencia. Observar a Lavelli y Dominique en pleno proceso de creación, al Antonio Arias flipado con los York y al Morente, con el maestro Monleón. Que G. lo entienda así y quiera compartilo conmigo.
Otra vez... un privilegio ver crecer aquello que otros se permiten el lujo de juzgar sin más que ese momento preciso.
Foto: cflópez / festival de mérida
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