Palabras que nunca utilizo. Cómplice, guión, emperezar, diatriba. Cuenta 14 del revés y verás que los días no son tan distintos. Que los monólogos se acallan con una ración más de voz y que el ruido se paraliza si empiezas a tararear a Will Oldham en la parada del autobús. Quizás sea demasiado temprano para viajar de Mérida a Monterrey sin registro en la aduana.
Pienso en palabras como hábito, disciplina, espartano y quiero respirar por los pulmones sin que salga de ellos un humo espeso o la cocción lenta. La certeza del aviso, de la premonición. De expresiones como "más tarde o más temprano", "te lo dije", "buen árbol... sombra... cobijo".
Y no hay forma de romper la espiral más que quebrándola en pedazos. ¿Has oído hablar del hilo de Ariadna, del Minotauro, del laberinto? Pues la próxima vez el dardo tampoco irá hacia la máxima puntuación. Tendrás que guiarlo, instruirlo, habituarlo.
lunes, 29 de junio de 2009
martes, 23 de junio de 2009
domingo, 21 de junio de 2009
Con los Joad y en Macondo
Tengo la cabeza llena de seres que no dejan de hablar buscando acomodo. Son los Joad, los Buendía.
No permiten que me mueva del sofá, me mantienen a salvo de los cuarenta grados con los que ha llegado el verano, aunque ahora tengamos que salir para recoger cultivos en los campos de California o hacerle frente a la peste del insomnio que se contagia por la boca.
Esto se parece mucho a devorar en su cuarta acepción y estoy segura de estar viviendo algo tan memorable que el resto de las horas me parecen insípidas si no hay palabras que las nombren.
Llego a la última página con tanto entusiasmo que me siento tremendamente feliz de ser adicta. Y este vicio no lo pienso abandonar.
No importa el vacío que dejan sus vidas sin final porque sé que puede llenarse con otros descubrimientos similares, sólo hay que saber encontrar. Y porque tengo la certeza de que ya nada será lo mismo. Es probable que los Joad y los Buendía no intervengan en mis asuntos cotidianos, en el siguiente movimiento, pero ya no podré negar que los conozco. ¿Quién dice que ya no forman parte de mi piel?
Fotograma de 'Las uvas de la ira', de John Ford
No permiten que me mueva del sofá, me mantienen a salvo de los cuarenta grados con los que ha llegado el verano, aunque ahora tengamos que salir para recoger cultivos en los campos de California o hacerle frente a la peste del insomnio que se contagia por la boca.
Esto se parece mucho a devorar en su cuarta acepción y estoy segura de estar viviendo algo tan memorable que el resto de las horas me parecen insípidas si no hay palabras que las nombren.
Llego a la última página con tanto entusiasmo que me siento tremendamente feliz de ser adicta. Y este vicio no lo pienso abandonar.
No importa el vacío que dejan sus vidas sin final porque sé que puede llenarse con otros descubrimientos similares, sólo hay que saber encontrar. Y porque tengo la certeza de que ya nada será lo mismo. Es probable que los Joad y los Buendía no intervengan en mis asuntos cotidianos, en el siguiente movimiento, pero ya no podré negar que los conozco. ¿Quién dice que ya no forman parte de mi piel?
Fotograma de 'Las uvas de la ira', de John Ford
miércoles, 17 de junio de 2009
Pregunta
Si tuviera que dibujar la proporción áurea, sería algo así como una clave de fa.
¿Y si tuviera que aplicarla al modo cómo te observo?
¿Y si tuviera que aplicarla al modo cómo te observo?
lunes, 8 de junio de 2009
Recibo
Atravieso el parque y antes de doblar la esquina para bajar las escaleras me oigo decir que éste es un lunes como cualquier otro para comenzar por alguna parte.
Llamar a M. y a S., aligerar la mente, pedir el borrador de la declaración de hacienda, recuperar la calma, pasarme al tabaco de liar, recordar cómo era eso de concentrar cuerpo y mente en un punto unísono, acariciar la barriga del gato, saber de qué se encarga exactamente un neumólogo y qué tipo de militares habitaban Punta Paloma. Cambiar de compañía telefónica; de hábitos de consumo, si se trata de llegar y de algo más. Engancharme a 'Las uvas de la ira' y que esa sea mi única actividad cerebral. Escuchar llover como quien escucha el viento y el mar en Bolonia.
Nunca pensé que la ubicuidad pudiese ser sinónimo de dispersión.
Trabajar algo, pero poco, si no me piden el alma ni yo quiero dársela. Contarle a S. que estuve en las ruinas de Baelo Claudia y allí estaba su amigo Bónsor; que quiero hacerme coleccionista de teatros romanos, de faros, de puntas de la geografía y vivirlos hasta las entrañas. Que C. me cuente cómo están sus músculos invisibles, cantar hasta que me duela el estómago de tanta risa reconcentrada.
Olvidarme de pagar y de que todo, al final, acaba pasando factura.
Llamar a M. y a S., aligerar la mente, pedir el borrador de la declaración de hacienda, recuperar la calma, pasarme al tabaco de liar, recordar cómo era eso de concentrar cuerpo y mente en un punto unísono, acariciar la barriga del gato, saber de qué se encarga exactamente un neumólogo y qué tipo de militares habitaban Punta Paloma. Cambiar de compañía telefónica; de hábitos de consumo, si se trata de llegar y de algo más. Engancharme a 'Las uvas de la ira' y que esa sea mi única actividad cerebral. Escuchar llover como quien escucha el viento y el mar en Bolonia.
Nunca pensé que la ubicuidad pudiese ser sinónimo de dispersión.
Trabajar algo, pero poco, si no me piden el alma ni yo quiero dársela. Contarle a S. que estuve en las ruinas de Baelo Claudia y allí estaba su amigo Bónsor; que quiero hacerme coleccionista de teatros romanos, de faros, de puntas de la geografía y vivirlos hasta las entrañas. Que C. me cuente cómo están sus músculos invisibles, cantar hasta que me duela el estómago de tanta risa reconcentrada.
Olvidarme de pagar y de que todo, al final, acaba pasando factura.
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