viernes, 22 de febrero de 2008

Lo dijo Lluís Pasqual en El País


"Yo no sé por qué las personas acuden al teatro. Podría, a duras penas, explicarme a mí mismo por qué lo sigo practicando aunque sé que siempre lo he hecho para esas personas. Pero el otro día, asistiendo a una magnífica y gozosa representación (¡a veces ocurre!) y observando sobre todo al público me dio por pensar que tal vez acudieran a esa mentira compartida, que no engaño, para que les contaran una historia "sin efectos especiales"... O, tal vez, porque en el teatro, a modo de refugio, encuentran reflejados sentimientos y pulsiones que han desaparecido, amputados por nuestra embrutecida y codificada realidad retransmitida. Por supuesto que también esos sentimientos los refleja el cine de un modo sublime, pero tal vez sea porque el espectador al tener enfrente a alguien de carne y hueso como él le otorgue su confianza: todo lo que le ocurre a un actor le puede ocurrir biológicamente a un espectador... Y ese raro momento de empatía -exclusivo del amor y del teatro- reconforta. También podría ser porque en el teatro uno se siente menos solo (las butacas de un cine sirven para aislar, incluso para comer... En el teatro, en cambio, una cierta incomodidad y el roce de los codos es fundamental). O quizás porque, en este mundo de atropellos verbales que nos rodea, el teatro es uno de los últimos espacios donde uno puede y debe ejercer individual y colectivamente el derecho a escuchar hasta el final los sentimientos y las razones de los personajes sin que nadie interrumpa a los pocos segundos. Y así poder comprender... Una manera de sentir viva la inteligencia... ¡No estaría mal!"

Foto: cflópez - festival de mérida

martes, 19 de febrero de 2008

Fluxus



Son las cosas que no conocéis las que cambiarán vuestra vida
Wolf Vostell

Da de beber a quien tiene sed. Aunque esté muerto y encerrado en una cuba de cemento desde 1978 y hasta que pasen cerca de 5.000 años. Aquí está permitido fluir y escoger tu silla: la del talento, el dinero o el sexo. Que otros lleven a cabo tu idea. Esto es Los Barruecos, Malpartida de Cáceres, arte fluxus... Aquí anidan las cigüeñas blancas en febrero, se dibujan alfombras de café, se construyen países con televisores. Una puerta traza la división entre dos mundos, en realidad sólo uno, Vida=Arte, Arte=Vida, crecen las líneas verticales hacia el cielo. Aquí conviven Vostell y Daniel el Mochuelo, tú y yo, mujeres que tejen la roca. El silencio es el esqueleto de un perro, una hiedra que crece en un lienzo. El grito es un coche empotrado, la masa gris que se solidifica, el hambre que no escapa del plato vacío.

Este sitio dura un instante o resume toda una vida. Una forma de entender, de crear, de ser. Ser fluxus. Ser libre. Para subir la escalera de piedra por el pasamanos, transformar los labios de tu perfil en un corazón; las motos de la policía de Franco, en un telón de ópera. Para escuchar el grito de apareamiento de la naturaleza.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Martes

"Los argumentos a favor y en contra son los que componen la historia. O bien impones tus ideas o bien te las imponen. Nos guste o no, ésa es la disyuntiva. Siempre hay fuerzas enfrentadas y, por ello, a menos que se tenga un gusto desmesurado por la subordinación, uno siempre está en guerra"
Philip Roth
El animal moribundo


La razón se posa sobre la palma de una mano, mientras las distintas versiones de una misma historia no nos salvan de la realidad que somos hoy. De la que aspiramos a construir cada vez que giramos la llave, se hace de noche entre los ecos del destierro y del olvido, seguimos avanzando a tientas.
La razón se esconde en los plurales, en las aspiraciones, en las frustraciones, en la reconversión del pensamiento.


"Una razón o una lógica que lo explique todo de manera simple siempre será una trampa"
Haruki Murakami
Sputnik, mi amor

viernes, 8 de febrero de 2008

No, diguem no

Con cierto alcalde socialista aprendí a los 21 años que es posible que no existan los molinos pero que, peor que eso, es quedarse callado. Agachar la cabeza. Acatar porque sí. Sólo porque tú lo digas. Anular por voluntad propia la capacidad de intervención. De acción. La coherencia.

Contra cierto cacique de signo socialista, aprendí que lo único que me mueve en el trabajo es participar en un proyecto común; un engranaje que funcione, no a la perfección, pero sí unido y al unísono. Que un trabajo debe durar lo que dure la pasión, la entrega, la convicción y el entusiasmo.

Lo aprendí la primera vez que trabajé, a la primera, ese juicio lo gané y, desde entonces, he seguido moviéndome por la misma idea. Incluso cuando la necesidad fue más acuciante, cuando la raíz obligó a lidiar con tratos déspotas y precarios, intenté ganarme ante todo el respeto como persona. La dignidad como profesional, compañera. No callándome. Defendiendo lo que creía. Tranquilizando. Mediando. Los cargos vienen después. Dar y exigir. En la misma medida. En equilibrio.

Hoy, cuando se tambalean los pilares que sostiene mi isla, vuelvo a decir no. No, no, no. Es demasiado pronto pero, sobre todo, no tiene justificación. Es injusto. Y si es injusto, ni comulgo ni obedezco. Conmigo no cuentes.

martes, 5 de febrero de 2008

Mes y medio


Hay un perro, King, que vive en los suburbios, en el abrigo, y que es la voz del desarraigo. Por encima de todo, de la dignidad del que sobrevive. Las últimas páginas del libro de John Berger duermen mientras una mujer espera, otra decide, una tercera se queda y vagabundea por el salón de los pasos perdidos, pronuncia un nombre en ruso; usa tacón mitad flamenco, mitad zueco.

Hay sueños. Hay secretos. Hay besos azules. Hay un desfile de escritores -Faulkner, Dinesen, Roth y Céline- en cafés ruidosos y apresurados, como preludio o como intermedio. Hay planes de viajar a Tánger en ferry, festivales de cortos por internet; la certeza que, en algunas ocasiones, no es posible hacer nada. Ni negar la crueldad. Tan sólo callar y estar. Aunque sea incomunicada, sin luz, teléfono, ni internet.

A veces me parece que la realidad se divide en planos, que estoy viviendo en una isla sin interferencias, llena de pasillos y techos altos; aplazando la cita con el cerrajero y el banco; mirando el reflejo del gato en la puerta de cristal, su juego de luces y sombras a media mañana. Un abrazo y un remoloneo al despertar.

Vivo lejos, a veces demasiado lejos, de una realidad que todavía supura. Muy cerca de un tiempo que ya no existe y que pretendemos reconstruir con fotografías en blanco y negros, en cliché, apostaladas.

Pero me dejaré vivir aquí mientras me arrastre la emoción de seguir contando esta historia. Me dejo habitar en este torbellino o en este paréntesis, por mucho frío que haga, demasiada humedad. Por mucho que se anuncien nervios y gritos, nudos y dudas. Prisas. Muchas prisas.

De momento, me quedo en esta isla, con los recuerdos de otro carnaval, la pila de libros, algunos retazos de conversación. En esta casa de margaritas amarillas sobre el piano. De ropa apilada, con el óxido por resolver. Con Rodrigo Leão de fondo, Frank Sinatra, un poco más de Pedrito; los cojines en el suelo y el frigorífico lleno. Con una colección de corazones que laten a las cuatro semanas de vida.