Una se sienta en aquellas gradas y, por mucho que le hayan contado, por mucho que los actores hayan hablado de su papel y aunque conozca los personajes y el texto del que han partido, nunca sabe del todo qué es lo que se puede encontrar.
Señoras, señores… lo que está a punto de suceder es una incógnita.
Por eso se revuelve en el asiento.
Durante los primeros minutos, cuando se apagan las luces, suena la música o el silencio y los actores irrumpen en el escenario, permanece en alerta. Con la espalda estirada en el asiento y todos los sentidos activados.
A veces, bastan cinco minutos para desconectar cuerpo y cerebro y sentir que daría igual estar en aquella butaca que en cualquier otro lugar.
Otras, sabe reconocer lo bello, el esfuerzo, la puesta en escena, el trabajo en equipo y otra clase de méritos técnicos.
Pero hay veces… y esas son las que cuentan… en las que siente tal emoción que los ojos se le llenan de lágrimas de pura felicidad. Sabe que está asistiendo a algo único. Algo casi místico. Sabe que no podrá apartar la mirada, ni los oídos ni la piel durante el tiempo que dure la función.Que querrá compartirla. Que querrá verla, al menos, dos o tres veces más porque sí, es verdad eso que dicen... Cada noche es distinta.
“La guerra es eterna”, murmuraba enloquecido el padre de Jerjes abrazado a una bolsa de basura.
“Sólo quien renuncie a la felicidad alcanzará la sabiduría”, profetizaba un bellísimo centauro.
“No existe tirano sin pueblo, ni pueblo sin miedo”, sonó en la Alcazaba árabe.
“El hombre es un ser extraordinario”. Palabra de Sófocles.
Una ha tenido el privilegio de asistir a obras de teatro en las que el público se da la mano y la aprieta en señal de “¡qué bien que estemos aquí!”.
Ha habido mocos, risas al unísono, expresiones como “joder, joder” y movimientos de cabeza porque no se puede hablar en voz alta y exclamar “¿cómo me sueltas esto desde hace 2.500 años y te quedas tan campante?”.
Ha habido labios mordidos, respiraciones contenidas y euforias colectivas. Y, a veces, algunas noches mágicas, a una le han dolido las manos de tanto aplaudir.
Lo que sólo el teatro sabe dar… eso… he tenido la suerte de experimentarlo gracias al festival de mérida.
lunes, 8 de agosto de 2011
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1 comentario:
Yo también. Y vi a Ángel Corella danzando y me gustó la danza. Y nos aprendimos juntas Los Persas de memoria. Y aprendimos del escepticismo gracias a la programación de comedias que no nos aportan nada. Y vimos a Emma Suárez con los ojos llorosos después de un ensayo. Y...
Qué buenas son estas tardes.
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