miércoles, 22 de junio de 2011

Trives

“… a partir de ahora, todo se alejará más dulcemente hacia ese lugar en el que la felicidad es otra más de las convenciones sociales
Capricho extremeño, Andrés Trapiello

Cuando éramos pequeños, íbamos andando al colegio y cada vez que pasábamos por el Fiscaíño me parecía que más allá del aquel río no podía haber nada que mereciese la pena conocer.


Nos inventábamos nuestros propios juegos porque los Reyes Magos de Orense sólo traían una bicicleta para cuatro y unos patines para dos, así que los castaños del souto nos daban todo lo que necesitábamos para pasárnoslo bien: un arco de una tribu india o naves espaciales al estilo Galáctica.

Una tarde, todos los primos de la calle Corbal montamos un circo y la gata fue el elefante.

Mi hermana y yo empezamos a escribir nuestro propio libro, emulando las aventuras de Enid Blyton.

A veces, llegaba alguien y hacía magia. Como aquel hombre que cuidaba a los caballos en la finca de enfrente y fabricaba silbatos con las hierbas.

Cuando éramos pequeños, todo nos parecía sencillo. Divertido. Misterioso e infinito.

Cada acción formaba parte de una secuencia lógica y comunitaria, que permitía entender el sentido: recoger las castañas y preparar un magosto, apilar la leña en el invierno para que no faltase en la cocina, comer las zanahorias directamente de la huerta.

Una noche de verano llegó un matrimonio vasco preguntando algo y se quedaron a cenar. Los mayores, en la bodega y con su hijo, jugamos al escondite. Perdió, por supuesto. No se movía por la oscuridad como nosotros.

Si lo recuerdo tantos años después es porque se me quedó grabado en alguna parte del cerebro que es posible abrir las puertas a los desconocidos.


La mía, ahora, está entreabierta.

¿El resto?... la raíz, la familia, la imaginación, los ritmos, la naturaleza, los sabores, la esencia, el silencio, la pertenencia a un lugar… todo eso se ha quedado ahí guardado, en una especie de limbo que espera momentos mejores.

Por eso no puedo evitarlo. Si llega alguien como Daniel el Mochuelo, hablando del rendajo del jilguero; alguien como John Berger, con sus ocho maneras de preparar patatas… alguien como Rafael Trapiello, que se pregunta por la relación del ser humano con su entorno y lamenta la desaparición de una determinada forma de vida en los pueblos, entonces… sonrío, me conmuevo y siento que vuelvo a habitar un territorio muy, muy querido. El de los recuerdos imborrables de la infancia.

1 comentario:

sara dijo...

Qué precioso!