No es la primera vez que me pasa, eso de observar lo que sucede alrededor como si la realidad se pudiese subdividir en multipantallas, como si ellos y yo viviéramos en velocidades distintas, en tiempos distintos y, mientras una vida, la externa, se puede acelerar y de hecho no para de correr; la otra, la del pensamiento, se ralentiza hasta el punto de detenerse y ¿por qué no? volver atrás, como el reloj de Julio Llamazares en el Cais do Sodré o el de la estación de Benjamin Button.
Me pasó en Noruega. Allí me quedé saltando de un punto del infinito a otro y creo que con el satélite todavía se me puede ver… Años más tarde, el 7 de agosto de 2007, en el pasillo de un avión Valencia-Sevilla. Y mucho antes, en 1987, quizás la primera vez que experimenté nítidamente la ruptura entre lo que estaba sucediendo y sus otras posibilidades, cuando nada impidió que aquel coche cargado de maletas siguiese su rumbo... ¿hasta aquí? ¿hasta hoy?
El tiempo pasado-presente-futuro no siempre es algo lineal y cualquier experimento, cualquier mención, reflexión o película que altere las coordenadas me deja ensimismada, como si yo también pudiese ser objetora de conciencia a eso de seguir como si tal cosa.
Foto: "El enjambre 2" de Curro González en el CAAC
P.D. Esto lo escribí el 11 de octubre, cuando supe que Julio Llamazares vendría a Extremadura. Esta mañana he charlado con él y no, mi pregunta no le ha parecido descabellada. Y sí, su próxima novela va sobre el tiempo.
miércoles, 16 de febrero de 2011
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