Pilar fue nuestra primera profesora de música en aquel conservatorio de pueblo improvisado en las salas vacías del centro médico. Cada día venía desde Orense para que la chiquillería aprendiéramos a dibujar la clave de sol, reconociéramos las notas en el pentagrama y no nos hiciéramos líos con los tonos y los semitonos.
Después vendrían las colas dentro de clase para poder tocar el piano. La espalda recta, las manos bien colocadas, descubrir que la derecha y la izquierda son capaces de pensar y ejecutar por su cuenta.
¿Cuántos años tenía? ¿Seis, siete? No lo recuerdo bien pero no he olvidado ni el león tallado en madera de aquel piano ni que fue Pilar quien nos enseñó un nuevo lenguaje.
Años más tarde, llegó Valencia. Aquella bruja que criticaba nuestro “nivel subterráneo”, la paciencia de Isabel, los mimos de Rosario en las clases particulares y la confianza de Miguel. Siempre Miguel Álvarez-Argudo, con su pelo cano, sus ansias de composiciones contemporáneas y sus preguntas filosóficas. Cómo las clases se alargaban un poquito más, cómo me hacía visualizar imágenes para que volase tocando y cómo intentó, una y otra vez, que superase el pánico escénico. Sin éxito.
Hasta que llegó el momento de elegir y me quedé con las palabras. Pero es curioso cómo algunas imágenes de la infancia y de la adolescencia se han quedado pegadas y vuelven a surgir cuando se remueven muchísimos años después.
Veo a Nelson, el doberman y un abrazo de primo; el 600 verde de la Adelaida. Observarme las manos y desearlas huesudas, de dedos largos. El camión que llega a Trives de madrugada con un piano. La emoción, el estudio y la disciplina. Los conciertos a cuatro manos en el hall del Palau de la Música, la gira por los pueblos, una cinta grabada. Leer la biografía de Chopin y reconocer que él sí supo hacer algo grande, muy grande, con su estancia en el mundo. Aquella canción tocada en El Corte Inglés que inspiró un regalo. Y saber que le debo a aquellos años, y al piano, la sensibilidad, la curiosidad y el gusto hacia otras artes.
A pesar del silencio, la música sigue estando muy cerca de mí. No sabría qué hacer sin ella. Ahora estoy inventando que hacer sin él porque el piano también es un ser vivo y el mío, por fin, ha decidido emprender viaje.
lunes, 17 de enero de 2011
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3 comentarios:
Yo te recuerdo tocando el piano mientras yo hablaba con Calamaro, una vez, en tu casa.
Ha sido la única vez que te he oído tocar, en los diez años que hace que te conozco.
Y me gustó mucho.
Hermana!A dónde va tu piano?Dile que no se deje tocar por cualquiera!
Me reconforta saber que mi ilusión y trabajo por mis alumnos no cayó en saco roto y motivó inquietudes...
Gracias.
www.malvarez.com
Búscate en las fotos...
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