Hoy, a la salida del trabajo, cuando atravesaba el puente, he visto una enorme pelota flotando en el Guadiana. Era azul, como mi globo terráqueo pero, en vez de países, tenía dibujadas unas estrellas.
Llámame loca pero ha sido el APS - Azar Paralelo Sincronizado - el que la ha depositado allí para que la viera y entendiera que, por mucho que nos aprieten de un lado y del otro, por mucha presión que hagan, vamos a seguir navegando y teniendo avistamientos alucinantes.
martes, 25 de enero de 2011
lunes, 24 de enero de 2011
espejos
A veces, es cierto. El tiempo cumple su función y divide tu vida en vidas que no tienen porqué corresponderse.
Pero a la memoria le gusta recrearse y, cualquier detalle visto con perspectiva, te muestra algo que creías olvidado. Es entonces cuando una simple imagen se convierte en un viaje por ti, por vosotros, por lo que pasó antes y lo que vendría después.
Como este 2 de febrero de 2006, cuando Rosa Reis y yo deambulábamos por el Bairro Alto buscando qué forma darle a un reportaje para la revista Calle 20. Era mi primer texto “de viajes”, un intento creativo de supervivencia en una ciudad en la que mi cerebro se agotó.
Este paseo era la cuarta o quinta opción planteada. Apuré la fecha de entrega al límite porque me costó mucho encontrar el principio. Hasta que descubrí que para viajes, los cotidianos y empecé el reportaje como habíamos acabado muchas noches en ese mismo lugar. “Amanece en Lisboa. Tras la neblina del tabaco, surgen los destellos del Tajo en el Adamastor”. A los editores les encantó y yo nos sigo reconociendo en esas palabras.
Hoy, observando esta foto, sé que pudo haber sido de otra manera pero fue así, exactamente. Y que gané, a pesar de lo que perdí. Que siempre se trata de eso… si no... ¿a qué estamos jugando?
Eso me dice esta otra. Noviembre de 2007. Cefe rondaba por la mesa mientras Paco Carrillo nos hacía reír y eso que era su comida de despedida. Estábamos dejando atrás un verano tan difícil como intenso, tan exigente como mágico. Con el sabor de las primeras veces. Cuando mi cerebro se desató e inició un proceso que aún hoy me tiene entre fascinada, entretenida y harta. Cuando tuvo que digerir un dolor que todavía pellizca.
Hacía un mes que mi padre se había muerto. Y no salen pero yo las veo: Susana estaba a punto de cambiar de vida y no lo sabía. Carolina sería madre dos veces y Belén aparecería poco después en la fiesta. Y cada quien podría contar su historia de ganancias y pérdidas con detalle.
Me he encontrado por azar estas fotos cinco y cuatro años después, justo en un momento en el que soy incapaz de imaginar cuál será el siguiente paso. Por eso las dejo a salvo aquí, como piezas de un puzle que sólo cuando esté compuesto adquirirá su significado.
Ignoro qué sentiré cuando las observe muuuuchos años después, cualquier día como el de hoy, pero intuyo que me harán sonreír, me hablarán de caminos que no fueron fáciles pero que trazaron un argumento. Y seguro que me sugerirán palabras, personas, detalles y metáforas con las que viajar lejos, muy lejos.
Pero a la memoria le gusta recrearse y, cualquier detalle visto con perspectiva, te muestra algo que creías olvidado. Es entonces cuando una simple imagen se convierte en un viaje por ti, por vosotros, por lo que pasó antes y lo que vendría después.
Como este 2 de febrero de 2006, cuando Rosa Reis y yo deambulábamos por el Bairro Alto buscando qué forma darle a un reportaje para la revista Calle 20. Era mi primer texto “de viajes”, un intento creativo de supervivencia en una ciudad en la que mi cerebro se agotó.
Este paseo era la cuarta o quinta opción planteada. Apuré la fecha de entrega al límite porque me costó mucho encontrar el principio. Hasta que descubrí que para viajes, los cotidianos y empecé el reportaje como habíamos acabado muchas noches en ese mismo lugar. “Amanece en Lisboa. Tras la neblina del tabaco, surgen los destellos del Tajo en el Adamastor”. A los editores les encantó y yo nos sigo reconociendo en esas palabras.
Hoy, observando esta foto, sé que pudo haber sido de otra manera pero fue así, exactamente. Y que gané, a pesar de lo que perdí. Que siempre se trata de eso… si no... ¿a qué estamos jugando?
Eso me dice esta otra. Noviembre de 2007. Cefe rondaba por la mesa mientras Paco Carrillo nos hacía reír y eso que era su comida de despedida. Estábamos dejando atrás un verano tan difícil como intenso, tan exigente como mágico. Con el sabor de las primeras veces. Cuando mi cerebro se desató e inició un proceso que aún hoy me tiene entre fascinada, entretenida y harta. Cuando tuvo que digerir un dolor que todavía pellizca.
Hacía un mes que mi padre se había muerto. Y no salen pero yo las veo: Susana estaba a punto de cambiar de vida y no lo sabía. Carolina sería madre dos veces y Belén aparecería poco después en la fiesta. Y cada quien podría contar su historia de ganancias y pérdidas con detalle.
Me he encontrado por azar estas fotos cinco y cuatro años después, justo en un momento en el que soy incapaz de imaginar cuál será el siguiente paso. Por eso las dejo a salvo aquí, como piezas de un puzle que sólo cuando esté compuesto adquirirá su significado.
Ignoro qué sentiré cuando las observe muuuuchos años después, cualquier día como el de hoy, pero intuyo que me harán sonreír, me hablarán de caminos que no fueron fáciles pero que trazaron un argumento. Y seguro que me sugerirán palabras, personas, detalles y metáforas con las que viajar lejos, muy lejos.
lunes, 17 de enero de 2011
El piano
Pilar fue nuestra primera profesora de música en aquel conservatorio de pueblo improvisado en las salas vacías del centro médico. Cada día venía desde Orense para que la chiquillería aprendiéramos a dibujar la clave de sol, reconociéramos las notas en el pentagrama y no nos hiciéramos líos con los tonos y los semitonos.
Después vendrían las colas dentro de clase para poder tocar el piano. La espalda recta, las manos bien colocadas, descubrir que la derecha y la izquierda son capaces de pensar y ejecutar por su cuenta.
¿Cuántos años tenía? ¿Seis, siete? No lo recuerdo bien pero no he olvidado ni el león tallado en madera de aquel piano ni que fue Pilar quien nos enseñó un nuevo lenguaje.
Años más tarde, llegó Valencia. Aquella bruja que criticaba nuestro “nivel subterráneo”, la paciencia de Isabel, los mimos de Rosario en las clases particulares y la confianza de Miguel. Siempre Miguel Álvarez-Argudo, con su pelo cano, sus ansias de composiciones contemporáneas y sus preguntas filosóficas. Cómo las clases se alargaban un poquito más, cómo me hacía visualizar imágenes para que volase tocando y cómo intentó, una y otra vez, que superase el pánico escénico. Sin éxito.
Hasta que llegó el momento de elegir y me quedé con las palabras. Pero es curioso cómo algunas imágenes de la infancia y de la adolescencia se han quedado pegadas y vuelven a surgir cuando se remueven muchísimos años después.
Veo a Nelson, el doberman y un abrazo de primo; el 600 verde de la Adelaida. Observarme las manos y desearlas huesudas, de dedos largos. El camión que llega a Trives de madrugada con un piano. La emoción, el estudio y la disciplina. Los conciertos a cuatro manos en el hall del Palau de la Música, la gira por los pueblos, una cinta grabada. Leer la biografía de Chopin y reconocer que él sí supo hacer algo grande, muy grande, con su estancia en el mundo. Aquella canción tocada en El Corte Inglés que inspiró un regalo. Y saber que le debo a aquellos años, y al piano, la sensibilidad, la curiosidad y el gusto hacia otras artes.
A pesar del silencio, la música sigue estando muy cerca de mí. No sabría qué hacer sin ella. Ahora estoy inventando que hacer sin él porque el piano también es un ser vivo y el mío, por fin, ha decidido emprender viaje.
Después vendrían las colas dentro de clase para poder tocar el piano. La espalda recta, las manos bien colocadas, descubrir que la derecha y la izquierda son capaces de pensar y ejecutar por su cuenta.
¿Cuántos años tenía? ¿Seis, siete? No lo recuerdo bien pero no he olvidado ni el león tallado en madera de aquel piano ni que fue Pilar quien nos enseñó un nuevo lenguaje.
Años más tarde, llegó Valencia. Aquella bruja que criticaba nuestro “nivel subterráneo”, la paciencia de Isabel, los mimos de Rosario en las clases particulares y la confianza de Miguel. Siempre Miguel Álvarez-Argudo, con su pelo cano, sus ansias de composiciones contemporáneas y sus preguntas filosóficas. Cómo las clases se alargaban un poquito más, cómo me hacía visualizar imágenes para que volase tocando y cómo intentó, una y otra vez, que superase el pánico escénico. Sin éxito.
Hasta que llegó el momento de elegir y me quedé con las palabras. Pero es curioso cómo algunas imágenes de la infancia y de la adolescencia se han quedado pegadas y vuelven a surgir cuando se remueven muchísimos años después.
Veo a Nelson, el doberman y un abrazo de primo; el 600 verde de la Adelaida. Observarme las manos y desearlas huesudas, de dedos largos. El camión que llega a Trives de madrugada con un piano. La emoción, el estudio y la disciplina. Los conciertos a cuatro manos en el hall del Palau de la Música, la gira por los pueblos, una cinta grabada. Leer la biografía de Chopin y reconocer que él sí supo hacer algo grande, muy grande, con su estancia en el mundo. Aquella canción tocada en El Corte Inglés que inspiró un regalo. Y saber que le debo a aquellos años, y al piano, la sensibilidad, la curiosidad y el gusto hacia otras artes.
A pesar del silencio, la música sigue estando muy cerca de mí. No sabría qué hacer sin ella. Ahora estoy inventando que hacer sin él porque el piano también es un ser vivo y el mío, por fin, ha decidido emprender viaje.
viernes, 14 de enero de 2011
Miedo
De Maruja Torres se me quedó muy grabada una frase. "No tengo miedo del miedo que tengo". Ella se refería a Beirut, o alguna de las guerras en las que había estado.
Yo soy más simple, menos valiente, y me la aplico al simple día a día. A esos fantasmas que se han quedado pegados al cerebro y que hacen que últimamente mi personaje de cómic cante mientras va abriendo puertas. Primero una, luego otra. Después aparece una ventana. La salto y me lleva el viento. Me deposita en una ola. Me zambullo y me traga un pez piedra. Me salva un diminuto pececito sin nombre y me vuelve a depositar en un sofá con los pies calientes en el brasero. Hasta que un bucle vuelve a arrastrarme y voy rodando y rodando, cayendo y cayendo...
Carmen dijo un día que mi problema es que visualizo. No lo creo. Me encantan mis visualizaciones. Si fuese Jimmy Liao las dibujaría y escribiría un libro sobre sus causas. Como sólo soy yo, sigo improvisando y me conformo con saber que el 13 de enero di un gran paso contra un miedo, al final, pequeñito. Que ese fue un bello día de niebla en Mérida.
Ilustración: Jimmy Liao
Yo soy más simple, menos valiente, y me la aplico al simple día a día. A esos fantasmas que se han quedado pegados al cerebro y que hacen que últimamente mi personaje de cómic cante mientras va abriendo puertas. Primero una, luego otra. Después aparece una ventana. La salto y me lleva el viento. Me deposita en una ola. Me zambullo y me traga un pez piedra. Me salva un diminuto pececito sin nombre y me vuelve a depositar en un sofá con los pies calientes en el brasero. Hasta que un bucle vuelve a arrastrarme y voy rodando y rodando, cayendo y cayendo...
Carmen dijo un día que mi problema es que visualizo. No lo creo. Me encantan mis visualizaciones. Si fuese Jimmy Liao las dibujaría y escribiría un libro sobre sus causas. Como sólo soy yo, sigo improvisando y me conformo con saber que el 13 de enero di un gran paso contra un miedo, al final, pequeñito. Que ese fue un bello día de niebla en Mérida.
Ilustración: Jimmy Liao
miércoles, 12 de enero de 2011
timelapse, paso a paso
La sonrisa de Enrique quiere salir del cuento de Begoña Oro, "Las sonrisas perdidas", y mirarme de frente cada mañana, durante esa media hora de silencio que me concedo antes de que el resto del mundo empiece de nuevo a moverse.
Pero Enrique no quiere estar solo en esa pared y he decidido complacerle, contándole cómo los días se suceden, así, uno a uno, sin querer ser olvidados. Igual que las personas que los ocupan. Los detalles que se quedarán grabados.
Pero Enrique no quiere estar solo en esa pared y he decidido complacerle, contándole cómo los días se suceden, así, uno a uno, sin querer ser olvidados. Igual que las personas que los ocupan. Los detalles que se quedarán grabados.
lunes, 10 de enero de 2011
Conjugación
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