David tiene cinco años pero hace una veintena de días que se llama así. David. Y ese cambio de nombre simboliza otro más profundo porque su vida ha pasado de suceder en un orfanato de la capital de Guinea Bissau hasta un apartamento en Lisboa. Ahora tiene padres, él español, ella portuguesa, y un horizonte de vida completamente diferente. Un horizonte, para empezar.
Pronuncia mi nombre como cantando, Sonlla, y ha tardado bien poco en contar los pendientes de mi oreja izquierda, en jugar con el pelo y en soltar unas peroratas en criollo, a las que puedes responder con cualquier otro lenguaje que incluya caricias, paciencia y aprendizaje.
Para David, este mundo es nuevo (también para sus padres que ahora lo miran a través de él) y lo repasa por las noches cuando duerme. No te preocupes, pequeño. No se te va a escapar. Mañana cuando abras los ojos seguirá estando aquí, a tu disposición.
No puedo evitarlo, me recuerda a Mohamed y a un tiempo en el que pensaba que las acciones individuales consiguen cambiar, no el mundo, pero sí vidas concretas y aquello valía mucho.
A Tomás, Carla y David, por su encuentro
martes, 28 de septiembre de 2010
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2 comentarios:
Tú has conocido a David y yo he conocido a Andrei, al que su madre no le ha querido cambiar el nombre: es ruso, guapo, juega un montón y también va a tener el mundo por delante...
Pero creo que a ella le hacía más falta que a él. Y yo estoy feliz por los dos.
Espero que sigas pensando que acciones individuales pueden cambiar muchas cosas.
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