Querer correr. Quedarse callado porque no se puede añadir nada más a las percepciones reales, a los horizontes abiertos. A la pura posibilidad.
Querer esconderse. Agazaparse ante los problemas, ante lo que no funciona. Ante la prisa.
Querer gritar a grititos intermitentes de hiperactividad. De pensamientos que fluyen demasiado rápido y no reciben los suficientes rayos de sol como para crecer.
Querer conseguirlo.
Contestar demasiado alto demasiadas veces seguidas. Hasta que la fórmula para liberar la tensión llega en forma de abrazo y no de desabafo más.
Situar al de enfrente en el mismo escalón que la presión que pende de tu cabeza. Mirarlo a los ojos y que tus manos tengan ganas de rozar ese rostro. De hacerlo sonréir.
¿Por qué parece tan difícil, si todos tenemos la teoría tan clara?
Foto: Parque de Vigeland, Oslo - Tapperoa (Flickr)
martes, 17 de febrero de 2009
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1 comentario:
Porque somos gilipollas y no (nos) cuidamos...
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