La Navidad es una partida a la brisca. Dos mesas y un reparto por edades. Es dibujar un círculo en la ventana helada de casa de mis abuelos para ver enfrente las lucecitas del belén de mis primos. Es jugar a hacer el pino en los sofás, al escondite en el desván, a probar un trago de vermout. Son muchas mujeres juntas, hombres en solución cotidiana. La Navidad es pedir duros y que te den pesetas, esperar que el Renault 11 vuelva de Orense y sorprenderse por la bici para cuatro, los patines para dos y una Leslie pelirroja.
La Navidad no sabe a langostino, ni falta nadie en las uvas de fin de año, en los besos que dan la primera bienvenida. La Navidad sabe a cordero, a amanecer nevado, a corretear entre una casa y la otra con palabras para el souto. Para el Jack, para el Mickie, el señor Manolo con su pierna herida en la guerra. Para la tía Balbina, los abuelos, la tía Lola, mi padre. Y para todos los que están a demasiados kilómetros de distancia. Ellos son mi partida a la brisca, mi vermout, mi familia. Ellos son mi Navidad.
Foto: Carlos Venegas - Flickr
lunes, 22 de diciembre de 2008
viernes, 19 de diciembre de 2008
Animal de costumbres
Desayuno café solo y media de mantequilla con J. Es nuestra manera de no perder una buena costumbre, aunque ahora tengamos que untarnos las tostadas. A veces voy a casa de S. y ella me prepara el café y el pan mientras nos ponemos al día.
Suelo comer sola, excepto cuando lo hago con Ch. porque ha pasado demasiado tiempo. Acabo de descubrir que mi hermanito está muy cerca y de recordar que al ser humano le gusta crear tradiciones. Como las cenas de los martes o los miércoles con Ol.; en el mismo sitio, a la salida del tai chi o al regreso de alguna ‘salida’, con las mismas tapas y variaciones de los mismos temas: personas, historias, libros y sexo.
Compramos el Babelia todos los sábados. Es un rito que se mantiene inalterable desde hace muchos años, más ahora que busco a Javier Vallejo en las páginas de teatro. Es un rito desayunar leyendo con pausa sobre ‘artistillas’ en general y a G. también le gusta. En casa, zumo de naranja incluido y aunque hayan pasado tres horas desde que se despertó.
Si nos juntamos J., mi hermanito, B. y yo para cenar, seguro que le presto mi pañuelo a alguien. Seguro que acabamos borrachos cantando en el karaoke, jugando a los dardos o al futbolín y bebiendo cerveza como una descosida.
Hace once años, llevaba croissants recién hechos a casa de C. y nos poníamos moradas de fumar en El Volander con S. y con quien entendiera aquellas risas. Después, apareció Ol. con el té moruno y las crepes de nata y chocolate, fue F. el del suplemento y Á. la de las cañas en la Alfalfa. S. la de los desayunos, las comidas y las borracheras en Lisboa.
No voy a negar que soy un animal de costumbres y que parece ser que permanece con quien comes y bebes a tus anchas.
Foto: Pedro Floro - Flickr.com
Suelo comer sola, excepto cuando lo hago con Ch. porque ha pasado demasiado tiempo. Acabo de descubrir que mi hermanito está muy cerca y de recordar que al ser humano le gusta crear tradiciones. Como las cenas de los martes o los miércoles con Ol.; en el mismo sitio, a la salida del tai chi o al regreso de alguna ‘salida’, con las mismas tapas y variaciones de los mismos temas: personas, historias, libros y sexo.
Compramos el Babelia todos los sábados. Es un rito que se mantiene inalterable desde hace muchos años, más ahora que busco a Javier Vallejo en las páginas de teatro. Es un rito desayunar leyendo con pausa sobre ‘artistillas’ en general y a G. también le gusta. En casa, zumo de naranja incluido y aunque hayan pasado tres horas desde que se despertó.
Si nos juntamos J., mi hermanito, B. y yo para cenar, seguro que le presto mi pañuelo a alguien. Seguro que acabamos borrachos cantando en el karaoke, jugando a los dardos o al futbolín y bebiendo cerveza como una descosida.
Hace once años, llevaba croissants recién hechos a casa de C. y nos poníamos moradas de fumar en El Volander con S. y con quien entendiera aquellas risas. Después, apareció Ol. con el té moruno y las crepes de nata y chocolate, fue F. el del suplemento y Á. la de las cañas en la Alfalfa. S. la de los desayunos, las comidas y las borracheras en Lisboa.
No voy a negar que soy un animal de costumbres y que parece ser que permanece con quien comes y bebes a tus anchas.
Foto: Pedro Floro - Flickr.com
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Días II
La primera canción de ‘El manifiesto desastre’ de Nacho Vegas suena a piano una tarde de lluvia algo alcoholizada.
“Así pues, cuando no tengas nada que hacer y yo pase por tu cabeza, nadie podrá oírte, así que piensa en mí como si me quisieras”.
Pero estoy sobria, luce el sol de diciembre y ahora sé que tampoco lo hicimos tan mal. Que cada quien tiene su propia habitación y en la mía estoy pensando en cambiar la mesa japonesa que te dejaste por otra mesa camilla, con la opción de brasero y mantita para cogernos de la mano mientras vemos seguidas la segunda y la tercera parte de ‘El padrino’. Para invitaros a comer cremas de puerro y perca sin que tengáis que sentaros en el suelo. Para estudiar y reorientar el caos, para que el gato se esconda en sus faldas.
Mesa camilla para jugar al Risk y conquistar Kamchatka, aunque esa no sea mi misión, aunque vayan cayendo uno a uno el resto de mis batallones. Para escuchar el piano de Nacho Vegas mientras luchamos por Kamchatka y por encontrar algo que nos ate, que nos haga tener la paciencia suficiente como para permitirle que mejore. Que te ayude a tomar la decisión más acertada a largo plazo, cuando tu intuición es más o menos nítida. ¿O no?
Foto: TDW1986 - Flickr
“Así pues, cuando no tengas nada que hacer y yo pase por tu cabeza, nadie podrá oírte, así que piensa en mí como si me quisieras”.
Pero estoy sobria, luce el sol de diciembre y ahora sé que tampoco lo hicimos tan mal. Que cada quien tiene su propia habitación y en la mía estoy pensando en cambiar la mesa japonesa que te dejaste por otra mesa camilla, con la opción de brasero y mantita para cogernos de la mano mientras vemos seguidas la segunda y la tercera parte de ‘El padrino’. Para invitaros a comer cremas de puerro y perca sin que tengáis que sentaros en el suelo. Para estudiar y reorientar el caos, para que el gato se esconda en sus faldas.
Mesa camilla para jugar al Risk y conquistar Kamchatka, aunque esa no sea mi misión, aunque vayan cayendo uno a uno el resto de mis batallones. Para escuchar el piano de Nacho Vegas mientras luchamos por Kamchatka y por encontrar algo que nos ate, que nos haga tener la paciencia suficiente como para permitirle que mejore. Que te ayude a tomar la decisión más acertada a largo plazo, cuando tu intuición es más o menos nítida. ¿O no?
Foto: TDW1986 - Flickr
Días I
A veces no me reconozco en el modo cómo la nostalgia se ha ido transformando en un juego de reflejos. En otras piezas del puzzle. En el modo de hablar sin parar con alguien que acabo de conocer. En la manera de socializar y adaptarme ahora que acabo de llegar.
Mi padre me dejó sin lágrimas para otro tipo de ausencias. La CCILE y otro país fueron secando la timidez, el teatro fue sacando el impacto de lo efímero. Ocho años lejos de casa y cuatro ciudades hicieron el resto.
Conservo la necesidad de tocar, de escuchar, de seguir aprendiendo y ser curiosa pero a veces no me reconozco sin la timidez, sin la saudade y eso hace que sean días extraños. Que quiera pararme sólo un momento, a ver si me alcanza mi sombra.
Foto: José Rubio - Flickr
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