Siesteo en el jardín al sol de invierno. Me gusta esta medida del mundo, así, a ras de suelo. Ver que el gato se acerca despacio, curioso, a olisquear mi hombro. Ver que hay nuevos brotes en el rosal, el más fértil. Que las margaritas están frondosas. Que han nacido flores entre la hiedra y que el tallo de la amarilis es cada día más fálico.
Si cierro los ojos, los pájaros que cantan por encima del ruido de motor y de la música de Youssou N'Dour me hacen olvidar que vivo en un pueblo con ínfulas y viajo a cualquier otro lugar. Al pie de las colinas de Ngong, a vivir en el aire, como Karen Blixen.
Me gusta siestear con este sol de invierno, sol primerizo. Liberarme del escudo: jersey de cuello alto, botas y gafas. Mientras me quito la ropa, saludo a mis pies y mis pecas, se desvanece el peso de las obligaciones. Menos barreras, menos artificios, más contacto directo. Así, calentita, los problemas ni siquiera son dudas... audioguías, seguros "clavo a clavo", recortes presupuestarios.... ¿y qué más?. No todo es trabajo, me queda la piel.
Busco la pose ocho, aparto el pelo de la nuca, esa mano no es mía. Así, a ras de suelo, entre la pereza y la sensualidad, todo es más sencillo de lo que parece. Menos trascendente. Si hay flores que crecen sin tierra ni agua...
Esa sensación dura poco, lo que tarda el sol en recorrer su trayectoria por mi microcosmos, pero existe y me encanta. Con toda su sencillez, con su aparente nimiedad.
martes, 4 de marzo de 2008
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1 comentario:
Que tengas muchas tardes y mañanas como esta. Un beso, guapa.
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