Con cierto alcalde socialista aprendí a los 21 años que es posible que no existan los molinos pero que, peor que eso, es quedarse callado. Agachar la cabeza. Acatar porque sí. Sólo porque tú lo digas. Anular por voluntad propia la capacidad de intervención. De acción. La coherencia.
Contra cierto cacique de signo socialista, aprendí que lo único que me mueve en el trabajo es participar en un proyecto común; un engranaje que funcione, no a la perfección, pero sí unido y al unísono. Que un trabajo debe durar lo que dure la pasión, la entrega, la convicción y el entusiasmo.
Lo aprendí la primera vez que trabajé, a la primera, ese juicio lo gané y, desde entonces, he seguido moviéndome por la misma idea. Incluso cuando la necesidad fue más acuciante, cuando la raíz obligó a lidiar con tratos déspotas y precarios, intenté ganarme ante todo el respeto como persona. La dignidad como profesional, compañera. No callándome. Defendiendo lo que creía. Tranquilizando. Mediando. Los cargos vienen después. Dar y exigir. En la misma medida. En equilibrio.
Hoy, cuando se tambalean los pilares que sostiene mi isla, vuelvo a decir no. No, no, no. Es demasiado pronto pero, sobre todo, no tiene justificación. Es injusto. Y si es injusto, ni comulgo ni obedezco. Conmigo no cuentes.
viernes, 8 de febrero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Las convicciones, el respeto hacia uno mismo son, a veces, las únicas cosas que nos mantienen cuerdos en esta vida de locos en la que nos movemos. Me gusta ver que sigues la línea que te marcaste, y espero que las consecuencias no te sean nada perjudiciales.
Un beso enorme.
Aquí no hay proyecto común, hay intereses individuales, obsesiones personales que te están envolviendo hasta el exceso y que te hacen creer que estás participando, cuando en realidad sólo te están utilizando para otros fines.
Abre los ojos.
Publicar un comentario