Así que, con un billete de ida y vuelta, mis ojos volaron a Bilbao. Lo que vieron fue que en la realidad hay espejos y que cada ciudad elige en el que mirarse, que el tiempo es matérico y que la cerveza se bebe en zuritos.
De regreso, no sé si dedicarme a inventar una máquina que altere la realidad. Quizás debería, sencillamente, reírme más o ser más irónica. O no callarme nada de lo que pienso. O construir un dodecaedro. O salir a la calle con la cámara de video. O responder a todas las preguntas en latín. O sumergirme para siempre con Bolaño en los pozos profundos de la memoria. O despertarme mañana convertida en escultura.
Sí, eso. Una Sonia de espejos y cristal, en la que pudieras observarte mientras me hablas y, al mismo tiempo, vieses lo que sucede fuera de nosotros.
O donar mis ojos a la ciencia o respirar seguido una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, once, quince, veintisiete, treinta y tres veces hasta entrar en un nuevo espacio de flotación, en el que la física cuántica y la poesía hacen mi trabajo. En el que los conceptos lejos-cerca, arriba-abajo, dentro-fuera ya no son una medida para la distancia.
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Si el Aleph fuera poeta, que lo es, porque el Aleph lo es todo, escribiría esto
“Todo es ahora. Todo es aquí. Todo es aquí y ahora. Yo soy ahora. Yo soy aquí. Yo soy todo. Fuera de mí no hay nada. Dentro de mí está todo. También tú”
“Los poetas que no fueron”
Jean Murdock / José María Casanovas / Editorial Thule
Fotos: Anish Kapoor, Museo Guggenheim / Espacio Alhóndiga, Bilbao
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