Hay historias que consiguen crear a tu alrededor una burbuja y que no haya nadie que pueda reventarlas con sus manazas. Es sábado de periódicos, de desayuno en “el gallego”, y ni Zapatero ni otras miserias cotidianas logran detener este viaje. Leo en el ABCD que un tal Mohamed Mrabet ayudó a que Paul Bowles pudiese escribir las suyas y durante diez minutos no me acuerdo ni de tu cara.
Mérida, 15 de mayo de 2010, momento indeciso. El papel de periódico me traslada al Tánger de los años cincuenta; cuando por el Tratado de Algeciras la ciudad marroquí más próxima a España no era de nadie, sino de todos un poco, cada quien a su manera. Las reglas se van dictando sobre la marcha. Y, así, un músico-escritor americano encuentra su paraíso de creación y alguien que no sabe ni leer ni escribir, alguien que se alimenta de la tradición oral de su pueblo, se convierte en “memoriador” por haberse cruzado en el camino con otro que sí sabe dar forma, firmar y promocionar.
Hoy hago de Tánger mi burbuja, el territorio pisado-imaginado al que me agarro para que no me engulla la realidad. Déjame hacer un agujero en la pared que marca lo que ves, lo que podrías ver, lo que es, lo que no es, lo que quisiera ser, el reflejo, el espejismo, otra vez la alegría de la miopía.
lunes, 17 de mayo de 2010
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