jueves, 14 de enero de 2010

2010

Empiezo el año y mi cerebro sigue sin poder parar. Me despierto a las seis de la mañana porque Lobo Larsen no me deja dormir y acabo el día pensando en imágenes que no deben durar más de tres segundos, a no ser en secuencia.

Mientras, llueve. Sigue lloviendo. No sé si las plantas resistirán tanta agua y el frío, y ante la ausencia de pantalones he decidido sacar del armario toda la colección de faldas por la rodilla que he ido acumulando en años.

Intento no perder los paraguas ni el autobús pero, mientras mi mente intenta distraer aquella segunda adolescencia de la que me he despertado, mi cuerpo achica las goteras y, cuando no es el estómago, es la vena lateral derecha de la cabeza. La cadera o la prisa. Ni tan joven ni tan vieja. Voy por mi mitad del camino y hay charcos y recuerdos.

Sumo, resto, divido… casi nunca multiplico… los euros que quedan para gastar por día. Le llaman contabilidad y sólo espero que no haya más imprevistos.

Ya sé que las conversaciones telefónicas engañan o, al menos, no dicen toda la verdad. Y lo que no quiero es sentirme lejos de casa.

Empiezo el año sin balances ni propósitos, aunque sí pululan pequeñas certezas. Y mis piernas y mi mente siguen siendo fuertes para sostenerse y avanzar.

2 comentarios:

chesku dijo...

¡Qué ganas tenía de leerte de nuevo hermana!Me encanta cómo describes tus propias sensaciones, palabras sencillas pero directas, certeras. Enga...

Los viajes que no hice dijo...

Es que Jack London es mucho Jack London...
Yo quiero que deje de llover.
Eres joven. Como una niña pequeña.
Cuando te sientas lejos de casa, nos bebemos una copa de vino...