miércoles, 4 de junio de 2008

Leer, leerte, que te lean...


Aquel viaje fue intenso por muchísimas razones. Por buscar a un maquis olvidado en una perdida y todavía más olvidada aldea de El Barco y encontrarlo en casa, sentado enfrente del televisor. Llamar tímidamente a su puerta y que su mujer dijera: “dejadlo, no quiero que recuerde aquello”.

Está lleno de emociones, de fantasmas. Los de las ruinas de Belchite, el cuadro del Guernika, las explosiones que se oían desde El Escorial con todos los sentidos cerrados, las trincheras que subsisten en los campos de Madrid.

No conservo ninguna fotografía y han pasado ya algunos años, otros territorios, pero sigo siendo capaz de trazar el recorrido, de recordar nítidamente lo visto y sentido en el cementerio de Santander, ante el Ebro (la niña de los pies congelados), ante la tumba de Franco (la rabia), en Brunete (el miedo-euforia). No sólo porque aquellos días fueron engendrados, tiempo atrás, en largas horas de lectura, de curiosidad que quería ser saciada, casi una obsesión, sino porque uno de sus momentos más mágicos fue cuando me pidieron: “cuéntame qué pasó en la batalla de Brunete”. Y los kilómetros se iban deshaciendo con la lectura de fechas, hechos, circunstancias, nombres, consecuencias, opiniones…

Leer, leerte, que te lean… como cuando eres niño y te cuentan cuentos, como cuando eres mayor y te narran otras historias tan distintas pero, al fin, que te abracen con las palabras, que te transporten, compartir. La fusión de dos a través de la voz de un tercero.

Preguntar, comentar, aprender. “¿Sabes qué quieren los niños africanos? Un DNI…” Un simple DNI para existir. “Para poseer un documento que certifique que tenemos derecho a ser quienes somos”. Y pasan las horas tempraneras del fin de semana absorbiendo todo tipo de ‘datos basura’, los cuerpos enlazados en el sofá con Ángel González, Kapuscinsky y el Rif; los viajes con Alfonso Guerra y su voz distinta. Otra vez niña, otra vez adulta. Pensando en voz alta, imaginando. Creando un lazo que nos llevará a Mozambique, donde dicen que se habla un portugués muy dulce, se cultivan castañas y anacardos y la luz del Índico recorre toda la paleta de los azules. Donde habita un pueblo que vivió 26 años de guerra y quiso olvidarla con pan y teatro.

Leer, leerte, que te lean… los cuadernos africanos, la dignidad que vendrá con las lluvias, la comedia infantil, los cuentos de Ramón… y construir viajes que se hacen ya de antemano. Que se van palpando.

Foto:
Flickr-thinkingpicture

2 comentarios:

Isabel Sira dijo...

¡Qué bonito! Y triste, un poco triste, y esperanzador, siempre esperanza... No sé, me gustó mucho.

imasdymasymas dijo...

Mi querida amiga, no deja de sorprenderme tu prosa descriptiva. Aunque le restes importancia cuando te lo he dicho personalmente, sabes lo que escribes. Sensibilidad y ternura, ellas te guían. ¿Tristeza? No la adivino. No está. De nuevo, desde el anonimato y el silencio, enhorabuena.