Cuando la amenaza de la muerte te sobrevuela, ese dolor agudo que se agarra a las entrañas, resulta insultante que el resto del mundo permanezca ajeno e indiferente. Sólo sientes ganas de gritar ante semejante injusticia. ¿Acaso no véis que algo me come por dentro? ¿Cómo podéis seguir moviéndoos, cuando la incertidumbre es insoportable?, ¿cuándo la sospecha tiene nombre científico propio y el reloj acelera sus cuentas?.
Pero, mientras la muerte permanece agazapada, la vida no se detiene. Tampoco así se detiene.
El avión despega, la pesadilla viaja dentro, y nadie alrededor es capaz de observar o sentir el nudo que oprime mi estómago y la garganta. Mis propias piernas no me obedecen, un pie detrás del otro, avanzo, me estoy yendo, cuando lo único que quiero es que la vida se pare, aquí y ahora. Para todos. Para negarle a la muerte cualquier posibilidad de fluir. Para negarle al dolor la existencia.
Pero sabes que la vida no cesa. Que es absurdo y grotesco pero, mientras un bebé recién nacido está aprendiendo a enfocar la mirada y a reconocer a su madre por los olores, por el timbre de voz; la muerte duerme, latente, en las ramificaciones entre el hígado y la vesícula.
Y te molestan las risas ajenas (¿dónde está la tuya?), que canten cumpleaños feliz, que el avión despegue, que desmonten los coches calcinados en el teatro, que se diluyan las ausencias... Te molesta la vida. Absurda y egoísta. Incomprensible. Dolorosa. Cruel y ácida. Sin mañana, como mera posibilidad.
lunes, 13 de agosto de 2007
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2 comentarios:
Espero que haya muchos mañanas. Y, mientras tanto, te abrazaré fuerte, que no puedas respirar.
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