Placeres de tiempo y de espacio, el placer de vivir. Sin angustias, arrepentimientos, ni tapones. Sin medir. Sin metas. Sin presiones. Libre. Con calma. Confiada y azul.
Mérida y el teatro me regalan un nuevo inventario de placeres sencillos, como una barra de pan gallego, una nueva idea o la visión del puente romano iluminado por la noche. Las horas robadas a un lunes casi de madrugada, las conversaciones-ola y los brindis, todo lo que hemos aprendido hasta aquí y ahora. Sentir cómo la arena se cuela entre los dedos, las sombras del peristilo y algunas historias (el Plauto en traje y corbata o los intentos republicanos de abrazar columnas).
Unos ojos desafiantes, una imagen en blanco y negro, me descubren que va a empezar la función, una carrera de obstáculos, y no hay fantasmas en el camerino porque somos todos protagonistas de un engranaje complejo que debe funcionar al unísono.
Y mi único empeño es seguir siendo persona, habitada por placeres sencillos, como burlar la timidez, las jerarquías y las diferenciaciones impuestas. Bajar al aljibe, subir a la muralla y recordar la importancia de tocar y que te toquen.
Experimentar uno de los placeres más satisfactorios, cuando toda la maraña de tejidos humanos -construido con pasiones encontradas- se resuelve. El verbo COMPARTIR.
lunes, 16 de julio de 2007
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1 comentario:
Bajar al aljibe, subir a la muralla y recordar la importancia de tocar y que te toquen.
Yo te la recuerdo, no te preocupes por eso tú...
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