Eugénio de Andrade decía que para ser poeta es necesario saber nombrar los árboles. Las plantas, las flores. Los jacarandás que amanecen con el verano en el Lisboa, seis girasoles, una margarita de hojas impares tatuada en la mano izquierda. Romero…ser en la vida romero, que no te hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo…
Me acuerdo de esa frase muchas mañanas, cuando mis pensamientos se desenredan a orillas del Guadiana con la belleza sencilla y generosa de los árboles que no sé nombrar. La destreza de abrir un erizo con los pies, rosas secas en un piano, el suave roce del azahar, geranios que se desbordan en las ventanas…
No sé sus nombres pero sí lo que me contagian la intensidad de sus colores, el fértil anuncio de la vida contenida en las hojas verdes, en las flores blancas o azul violáceo, el contraste que las estaciones van dejando en cada uno de los árboles del Paseo de Roma. Porque ya no miro a mis pies mientras camino. Flores para María, un clavel en la punta del fusil, la sombra alargada del ciprés, tierra de helecho, tierra de poco provecho...
Ya no miro a mis pies mientras camino porque los árboles y esta luz me obligan a mirar hacia delante, a que cruzar el puente romano se convierta cada día en una metáfora. Lenta pero expresiva. La primavera va entrando en mis ojos y el peso de abril se va desvaneciendo, mientras aprendo a nombrar… chopos, glicinia, madreselva, tierra extrema de olivos, encinas y alcornoques… mientras reaprendo a ‘vivi’… así, sin erre pero con locura. Con un infinito sentimiento de ternura y el sonido rotundo de la risa.
Pienso en Eugénio de Andrade mientras camino. En su poesía, que trazó mi primer camino bilingüe, un puente entre Sevilla y Lisboa, entre la distancia y el reencuentro. E soubemos entao que, mesmo o amor, teria um fim. Talvez naquela noite. Talvez daí a mil anos. Pienso en cómo los árboles, las flores, las plantas forman parte de nuestra vida. En las palabras, en cómo operan los reflejos automáticos, en los ríos, en las ciudades y me reconcilio. Contigo, conmigo, con lo que no se dijo, con lo que no se hizo, con lo que ya sobra decir y hacer. Con la mochila roja, contigo, conmigo. Con el tiempo y los sentimientos. Con los excesos. Ni un puerto seguro ni un tejado rojo.
Ya no miro a mis pies cuando camino porque la fuerza de la naturaleza me obliga a mirar hacia arriba, hacia delante, hacia la otra orilla y sonrío cuando descubro que crece romero en este meandro del Guadiana y que a él sí sé nombrarlo. Reconocer su olor y pronosticar su sabor en las yemas de mis dedos y en el corazón.
Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero... romero..., sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos,
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos,
ni como el cómico viejo
digamos los versos.
La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,
decía el príncipe Hamlet, viendo
cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo
un sepulturero.
No sabiendo los oficios, los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos,
cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.
Un día todos sabemos
hacer justicia.Tan bien como el rey hebreo,
lo hizo Sancho el escudero y el villano Pedro Crespo.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo,
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.
Romero solo
León Felipe
3 comentarios:
Me encanta desentaponarte... Porque me encanta aún mucho más, es una de las cosas que más me gustan del mundo, leerte.
Me alegra que la primavera te contagie, me encanta que ya no mires al suelo y, sobre todo, me llena de entusiasmo que sonrías, porque a la vida siempre hay que sonreírle.
Espero devolverte esa sonrisa cara a cara un día de estos,frente a ese guadiana
Olé, olé y tres veces olé.
Me encanta. Me encandila y me deja muy feliz leerte. Vaya con Ritinha, que bien le ha venido el cambio... Mérida... Venecia... Las dos ciudades valen. Las dos se merecen un final feliz o, por lo menos, que el camino por la vida lo sea. Como ese paseo sobre el Guadiana, con olor a romero.
Besos guapa!
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