jueves, 26 de abril de 2007

Andrómaca



“¿Porqué habría abiertas tantas posibilidades distintas y la vida sería tan extraña y tan variada?”
Clementina – John Cheever


Siete ciudades, once casas (ninguna propia) y un mismo mar Mediterráneo en tres puntos. Otros tantos puentes, muchos jardines y algunos adjetivos. Pintarrajeo un mapa y ésta es la geografía que abarco. Números para un viaje de norte a sur, de costa a costa peninsular. Los cambios son buenos, son buenos o, como mínimo, buscados y/o consentidos.

John Berger dice que “pocas personas cambian el nombre de sus objetivos una vez que los han nombrado” y uno de los míos parece claro. Buscar una raíz. O más bien crearla. Plantarla y alimentarla.

No sé qué hubiera sido de mí si nadie hubiese alterado el significado del pueblo y sus formas, del origen, pero sí sé que, puestos a elegir y una vez que fui obligada a entrar en la ciudad y su ritmo, a adorarla y aborrecerla, a asumir la falta de garantías de cada paso y cada traslado, me quedo con el ímpetu y la energía que desprendo en cada proceso de cambio. Con lo que voy aprendiendo en/de cada nueva situación, escenarios, protagonistas…

Y lo prefiero, no por el efecto deslumbramiento, sino por el puro placer de ir sintiendo la evolución. Cómo se teje la red. Cómo nos vamos implicando, cómo algunas cosas te hacen pensar y reír, preocuparte y avanzar, o simplemente vivir. Cómo algunas personas se van acercando más por un pensamiento en común, un vicio, una ruta o una actitud. (Otras se alejan por idénticos motivos). Lo que nos da miedo y lo que no. Lo que nos motiva. Esa sensación de construcción, que no de remiendo. Usar el gerundio, dure lo que dure. Aguas en movimiento, no estancadas.

No tuve opción de elegir el primer cambio y, a veces, todavía parece que algo de tierra se me ha quedado entre los dientes. Sabe a desarraigo. A no pertenecer a ningún lugar y a muchos a la vez. La pérdida de acentos, su súbita recuperación, las eses que se pierden por el camino… chacho, menina, parlait… Pero, hoy, muchos años después, pienso que aquella imposición se acabó encontrando con una predisposición natural a volar y a sumar elementos. Formas de ver y de entender. Y que las dos y alguna que otra razón (la curiosidad, el aburrimiento, vencer la timidez es un ejercicio, deleitarse con paisajes, encajar los vocabularios, algunos descubrimientos) me impulsan cada cierto tiempo a buscar el cambio. A precipitarlo, si es necesario. A arramblar con todo y cargar la mochila roja con referencias y querencias. A reiniciar el proceso de búsqueda y de adaptación.

La geografía que abarco me ha enseñado que sí, que los cambios son buenos porque el objetivo ha sido nombrado. Que la raíz se agarre, de nuevo, a la tierra.

1 comentario:

Isabel Sira dijo...

¡No sabes todo lo que me suena esto! Odio las mudanzas, pero en el fondo sé que soy yo la que las busco; quiero raíces, pero me planto en múltiples sitios; pierdo y gano acentos; encuentro amigos en todas partes y los cuido, para intentar no perderlos en el siguiente salto...Y, para una vez que creo haber encontrado mi sitio, vuelvo a perderlo...