miércoles, 7 de febrero de 2007

El olvido

ELLA
“No ven nada más que un rostro, no oyen más que un nombre.
Pero un día se despiertan.
Como yo.
Miran a su alrededor, se frotan los ojos. Ya no ven ese rostro…. mejor dicho, siguen viéndolo, pero más difuminado. Ven el campanario de una iglesia, un bosque, un cuadro, un libro, las caras de otras personas, toman conciencia de la magnitud del universo… Es una sensación extraña. Lo que ayer te parecía insoportable, te dolía tanto que te partía el corazón, hoy ya no te hace daño. Te sientas en un banco y estás tranquilo. Te pasan por la cabeza cosas como “pollo relleno” o “los maestros cantores de Nüremberg. O “hay que comprar una bombilla para la lámpara de la mesita”. Eso es la realidad y todo lo que la compone es igual de importante. Ayer todo eso resultaba improbable, volátil, incomprensible: la realidad era totalmente distinta. Ayer ansiabas venganza, o quizá redención, querías que llamara, que te necesitara desesperadamente o que lo encerrarán en la cárcel y lo ejecutaran. ¿Sabes?, mientras sientas eso, el otro se sentirá feliz y se mantendrá alejado. Aún tiene poder sobre ti. Mientras clames venganza, el otro se frotará las manos porque la venganza es un deseo, una especie de yugo. Pero llega un día en que despiertas, te frotas los ojos, bostezas y, de pronto, te das cuentas de que ya no quieres nada. Ni siquiera te inmutas”

ÉL
“Alegría, por supuesto, no es la palabra más adecuada… Un buen día te despiertas tranquilo. Ya no deseas la felicidad, pero tampoco te sientes endurecido ni traicionado. Un día, ves con claridad que lo has tenido todo, castigos y recompensas, en la medida que te correspondía. Y que no has logrado nada cuando has sido demasiado cobarde o simplemente no has sido lo bastante heroico… Eso es todo. No es alegría lo que sientes, es resignación, comprensión y serenidad. Eso al final también llega. Pero hay que pagarlo a un precio muy alto”.

La mujer justa
Sándor Márai

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