lunes, 27 de agosto de 2007

La mar respira calma

Los cuerpos se estiran y las mentes meditan sintiendo que cada pequeña molécula, que cada nanocentésima parte de ti influye en lo que comunicas al exterior. No somos lo que mostramos, sino lo que nos recorre en esta pequeña distancia y el tiempo ralentizado que empleo para señalar donde acabo, donde empiezas. Ese mismo punto en el que conectan unos pies descalzos, la ameba, una sonrisa al infinito para ejercitar los músculos de la cara, la luna que roza los límites y los movimientos sinuosos de una libélula sobre los azulejos blancos de una pared.

El cuerpo pertenece a la mente y la mente es un animal extraño. Ajeno y libre. Sensible a los pentagramas que dibujan un cuaderno improvisado, a las diferencias entre mis dedos y las membranas de un pato, la sopa química, la tragedia y la belleza de ser.

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