Una nueva vida. El anturio que sobrevive al calor y a las dentelladas del gato. Las ganas de dormir, de sentir el viento con los ojos cerrados en una playa del oeste, de entender las causas y las consecuencias humanas.
Crecen las ganas de verte, las uñas de los pies, la intención de hacerlo bien, de ser sincera, de controlar el genio. Crece la capacidad de reacción, el sentido de responsabilidad, los cauces de la comunicación. Las posibilidades de encuentro, aprendizaje.
Estoy creciendo y soy consciente. Me duelen los músculos con el estirón, la mente asimila conceptos y los contradice para volver a asentir o negarlos con mayor rapidez, inteligencia y agilidad, y no he perdido la facilidad de asombrarme con esos pequeños detalles que compensan todo lo demás. Una sonrisa de complicidad, reconocer las constelaciones en el teatro, una risa de relajación, una conversación-puente.
Estoy creciendo sobre lo crecido. Sólo ahora compruebo cómo ha sido útil esa experiencia que parecía "tiempo desperdiciado". Lo vivido, sobre todo lo más reciente (Lisboa, con sus piedras) acompaña mis acciones, mis palabras, mis pensamientos. Pero sigo sumando. Lo nota el color de mi piel, mis contestaciones, el movimiento de mis pies y el calor de mis manos.
viernes, 20 de julio de 2007
lunes, 16 de julio de 2007
Fedra
Fedra tiene la última palabra y su última palabra es morir, no sin antes reconocer la verdad. ("¿Quién conoce la verdad?"). Fin trágico para la exploración de sentimientos en rojo y negro, las luces y las sombras de la contradicción, de un único y poderoso matiz que nos hace avanzar a tientas o definitivamente: la duda.
'Fedra' es el viaje de todos sus personajes entre lo impuesto y los instintos. El deber y el sentir. El recorrido intermedio entre la lealtad y la libertad de decidir. Entre la rabia y la libertad de descubrir. Los prejuicios y la libertad de abrir los ojos. Abrir los ojos a la verdad. ("¿Quién conoce la verdad?").
Foto: Cefe López
Placeres
Placeres de tiempo y de espacio, el placer de vivir. Sin angustias, arrepentimientos, ni tapones. Sin medir. Sin metas. Sin presiones. Libre. Con calma. Confiada y azul.
Mérida y el teatro me regalan un nuevo inventario de placeres sencillos, como una barra de pan gallego, una nueva idea o la visión del puente romano iluminado por la noche. Las horas robadas a un lunes casi de madrugada, las conversaciones-ola y los brindis, todo lo que hemos aprendido hasta aquí y ahora. Sentir cómo la arena se cuela entre los dedos, las sombras del peristilo y algunas historias (el Plauto en traje y corbata o los intentos republicanos de abrazar columnas).
Unos ojos desafiantes, una imagen en blanco y negro, me descubren que va a empezar la función, una carrera de obstáculos, y no hay fantasmas en el camerino porque somos todos protagonistas de un engranaje complejo que debe funcionar al unísono.
Y mi único empeño es seguir siendo persona, habitada por placeres sencillos, como burlar la timidez, las jerarquías y las diferenciaciones impuestas. Bajar al aljibe, subir a la muralla y recordar la importancia de tocar y que te toquen.
Experimentar uno de los placeres más satisfactorios, cuando toda la maraña de tejidos humanos -construido con pasiones encontradas- se resuelve. El verbo COMPARTIR.
Mérida y el teatro me regalan un nuevo inventario de placeres sencillos, como una barra de pan gallego, una nueva idea o la visión del puente romano iluminado por la noche. Las horas robadas a un lunes casi de madrugada, las conversaciones-ola y los brindis, todo lo que hemos aprendido hasta aquí y ahora. Sentir cómo la arena se cuela entre los dedos, las sombras del peristilo y algunas historias (el Plauto en traje y corbata o los intentos republicanos de abrazar columnas).
Unos ojos desafiantes, una imagen en blanco y negro, me descubren que va a empezar la función, una carrera de obstáculos, y no hay fantasmas en el camerino porque somos todos protagonistas de un engranaje complejo que debe funcionar al unísono.
Y mi único empeño es seguir siendo persona, habitada por placeres sencillos, como burlar la timidez, las jerarquías y las diferenciaciones impuestas. Bajar al aljibe, subir a la muralla y recordar la importancia de tocar y que te toquen.
Experimentar uno de los placeres más satisfactorios, cuando toda la maraña de tejidos humanos -construido con pasiones encontradas- se resuelve. El verbo COMPARTIR.
viernes, 13 de julio de 2007
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