viernes, 31 de octubre de 2008

Paradoja

Hace un año que vivo sin televisión y sí, se me han escapado algunas “noticias de actualidad”, debates políticos y series de éxito. Pero he llegado a la conclusión que los que te rodean son un filtro de información efectivo, que las viñetas de los periódicos analizan más que los teletipos repetidos hasta la saciedad y otras firmas de autor; que si quieres saber, buscas; y que estoy mucho más tranquila sin tanto eco ni pretensión de realidad. Sin sentirme programada.

Hace un año que mi cerebro está limpio de esa mierda: “Llego a casa harto de currar y lo que menos quiero es pensar. Enciendo la tele y a inyectar mierda pa’l cerebro”, alguien dixit.

Ahora sé que no. Que, al menos, esa droga ya no la necesito. La sustituyo por música, libros y películas. De ese silencio ha nacido otra forma de mirar. Documentales y ensayos. Chantal Maillard, Yasmina Reza, Murakami, Mozambique, Susan Sontag, John Berger siempre, Jack Johnson, Nina Simone, el flamenco y la ópera. Sustituyo la tele por observar cómo juegan el aceite y el vinagre, cómo se reflejan los cuerpos en la botella del agua, conversaciones de horas.


En este tiempo, me hice socia de la biblioteca, me inscribí en un curso a distancia, empecé Tai Chi Chuan y rellené páginas y páginas contra la tristeza y sobre nuevas alegrías. Construí un mural en la puerta de la nevera con entradas de exposiciones, obras de teatro y conciertos; el último, el de la Orquesta Sinfónica de Berlín. Recortes de periódicos, billetes de avión, fotografías. Canté y canté. Berreé hasta levantar los brazos. Leí los libros que aguardaban desde hacía años. Pero, sobre todo, he conseguido soportar el silencio, sin ruidos ni interferencias.

Foto: Roo Reynolds / Flickr

miércoles, 29 de octubre de 2008

Ficciones 2

Hay días así. Que te sientes como una vendedora de quesos en una estación de tren, rodeada por el movimiento perpetuo de transeúntes que ni siquiera se paran a mirar, que no se miran y tu allí, sentada, como cada día desde hace tanto tiempo, viendo la vida pasar.

O como un dibujo animado que camina cabizbajo con las manos metidas dentro de los bolsillos, mientras suena alguna musiquita a lo Jack Johnson. Que va dando puntapiés, que hoy no sonríe.

Hay días que son como una botella de vino de 375 ml. Como una hoja arrancada con tan sólo cuatro líneas escritas. Como esa conversación telefónica que siempre se posterga para mañana. Amanhã. Y llega mañana y volverás a improvisar tu puestecito de quesos en la estación central donde a veces, sólo a veces, alguien se gira y se para a mirarte.

martes, 21 de octubre de 2008

Bunbury en el salón de casa

Me persigue una alucinación desde el sábado por la noche. Todo empezó con un “buenas noches, cabrones” y ahí seguimos desde entonces, Bunbury, su banda y unos cuantos amigos en el salón de casa, como tantas y tantas tardes atrás. Me persiguen las guitarras y un acordeón, una rodilla flexionada, el cierzo y el viento de Levante. Si tuviera que irme ahora, él vendría en mis bolsillos para hacer las mismas preguntas desde otro andén. En vano, porque las palabras no sirven para nada.


Me persigue un tipo con pantalones imposibles y sombrero de cowboy (chapeau, sí, señor) que desata mis instintos más primarios. Todavía tengo agujetas en el estómago de tanto gritar, de gritar cantando, de gritar pidiendo 'el jinete' o 'alicia'. Gritar de puro placer. “Nada puede dañarme con mis amigos. Nadie puede. Nada puede”. Y ahí seguimos mis amigos, Bunbury y su banda y yo desgañitándome en el salón de casa.

Foto: www.enriquebunbury.com/José Girl

¿Y ahora qué?

Pero, ¿cómo buscar allí donde se debe, cuando se ignora hasta lo que se busca? Y esto ocurre siempre cuando se compone y se crea. Afortunadamente, extraviándose así, se hace más de un descubrimiento, se hacen encuentros felices
Joseph Joubert


Ahora que hace frío, que anochece tan temprano y que prefiero querer a la gente en vez de necesitarla. Ahora que me miro las rodillas y sé que no he hecho nada durante estos veinte años para eliminar los depósitos de grasa que las rodean. Ahora que construí un espacio, que habito una isla decorada con piedras de alabastro y castañas de Segovia. Ahora que soy consciente de lo rápido que pasa el tiempo y lo escasas que son las posibilidades. Si no te expones, no se te ve. Si no actúas, no hay consecuencias. Ahora que encontré algo de imaginación y que conozco mis límites. Ahora que voy acumulando datos basura. Ahora que descubrí el reciclaje.

Dime, ¿ahora qué? ¿Y ahora qué?

jueves, 9 de octubre de 2008

sms

Cada vez que estoy en un aeropuerto me acuerdo de todas aquellas otras veces que ya estuve en un aeropuerto, como un bucle o una historia con muchos destinos.


Como Málaga, donde dormí cinco o seis horas apoyada en la mochila roja. Almería, donde soplaba un viento atroz cuando me fui lejos de casa la primera vez. Rodeada de ingleses en Faro, mientras cambiaba de piel. Y más… Los experimentos fotográficos en Frankfurt, las preguntas en la aduana de La Habana y un ‘¿qué coño he venido hacer aquí?’ en Bruselas.

Recuerdo lo grande que era el reloj del aeropuerto de Melilla, cómo cada movimiento de aguja intensificaba la distancia. Imposible olvidar que quise detener el tiempo en una pasarela porque, más allá de aquella puerta, no había nada, sólo la muerte. Que hubo alguien que pidió que el avión de Mallorca no llegara a su destino. Y así en una larga lista que incluye tristezas, sorpresas, reencuentros, controles y colas para embarcar, maletas perdidas, madrugones, dibujos de la tierra, gominolas, libros y anacardos.

Desde hace algunos años colecciono las tarjetas de embarque. No ha sido algo consciente. Las he ido guardando en la cartera hasta que me he dado cuenta que ya conservaba unas cuantas. Hasta que vi una exposición en el MEIAC de Gustavo Romano que las usaba para narrar sus peripecias. Ahí siguen desde entonces. (Creo que enmarcaré las de África y Buenos Aires, lleguen cuando quieran llegar).

No las necesito para recordar porque viajar es algo extraordinario. Por eso los aeropuertos no se borran, a pesar de lo inhóspitos que son. Acaban conteniendo algo más grande. Pero quizás algún día juegue con ellas a reconstruir un itinerario de fechas y destinos, de la vida que pasa y no se detiene. La vida que te lleva de una ciudad a otra, de un país a otros dos, para que tudo siga na mesma, pá, o, al menos, para estar en movimiento. Simple felicidad. Feliz en tránsito.

miércoles, 8 de octubre de 2008

La dicha cotidiana (o el meme del secreto de la vainilla)

Que el gato salte de la cama cuando yo me levanto, me persiga por la casa porque quiere comer y que entre buscándome desde el jardín, como si se sorprendiera de verme allí, para restregar su hocico con mi nariz y conseguir que le acaricie las orejas.

Descubrir que hasta entre la masa de edificios se dibujan los colores del amanecer. Atravesar el puente cada mañana.

No aburrirme en el trabajo.

Hacer algo que habías pensado hacer.

Abrir la puerta de casa y ver que hay nuevos capullos en el rosal, que el romero no para de crecer y que el jazmín parece que ha agarrado a la tierra.


Encontrarle el gustillo a esto de cocinar, inventar nuevos ingredientes para la ensalada, lo buenos que están los garbanzos con curry ahora que hace frío.

Sentarme en el suelo a escribir a mano en un cuaderno, mientras escucho música. Hoy toca Bunbury y una colección de arias. Leer con los pies encima de la mesa o acurrucada en el sofá un libro tras otro.

Una llamada o un mensaje que no esperas. La diaria de mi madre.

Algunas conversaciones.

La primera sonrisa tonta de la cerveza. Siempre.

Darle a G. las buenas noches.

martes, 7 de octubre de 2008

Cosas que no se dicen en un currículum

Si por las mañanas necesitas por imperativo café, tabaco, calma y que no te amargue el despertar el bla, bla, bla de los políticos o más bien todo lo contrario.


Si eres lo que aparentas y dices que has hecho.

Los motivos por los que has cambiado siete veces de ciudad y doce de trabajo.

Cómo te comportas individualmente, en equipo y socialmente. Ante los problemas, en tensión, en las cañitas de los viernes.

Cuál es tu manera de hacer y de no hacer.

Si ha empezado a preocuparte la ingente cantidad de plástico que nos rodea. Bolsas, envoltorios, embalajes, envoltorios de los embalajes, botellas, accesorios de todos los colorines.

Qué te hace gruñir y qué emocionarte.

Si te teletransportas.

Hasta dónde eres capaz de llegar si confías.

Hasta dónde con tus errores.

Si tan sólo tienes una única oportunidad.

Que sabes que, hoy en día, con un currículum es difícil llegar a alguna parte.