lunes, 14 de enero de 2008

Tristeza

No recuerdo muy bien ni cuándo ni dónde. Si me dejo guiar por la orientación de los 101+19 poemas, quizás fuese en Sevilla, en la calle San Vicente, durante los inicios del verano del 2001, aunque quizás fuese antes y en otro lugar... Lo que sí sé es precisar porqué.

Porque ojalá me hubiese bastado así; porque, aún así, me sigue pareciendo uno de los poemas de amor más hermosos que se han escrito jamás. Porque, a través de él, le puse varios nombres a la esperanza, encontré la mejor explicación semántica posible (te llaman porvenir porque no vienes nunca), y algunas dolorosas certezas (... porque, en último extremo, uno tiene conciencia de la inutilidad de todas las palabras).

Después vinieron algunas músicas, algunos versos robados, otros libros, poesías compartidas por la mañana, muy tempranito (Yo sé que existo porque tú me imaginas. Soy alto porque tú me crees alto), y una de las mejores revistas que se han editado nunca. La compré dos veces y dos veces la regalé a esas personas que también han sentido la tristeza y la rabia por la muerte de Ángel González.

No es buena manera de empezar el día leyendo en el periódico que Ángel González se ha muerto de un fallo respiratorio, sabiendo que el pie que se prepara para dar el siguiente paso ya no podrá hacerlo más. Otra vez, esa tristeza. Esa niebla que te paraliza los huesos. Habrá que volver a hacer un esfuerzo para discernir los sin y los con, la esperanza y el convencimiento. Callar y hablar con su voz.


Esperanza,
araña negra del atardecer.
Te paras
no lejos de mi cuerpo
abandonado, andas
en torno a mí,
tejiendo, rápida,
inconsistentes hilos invisibles,
te acercas, obstinada,
y me acaricias casi con tu sombra
pesada
y leve a un tiempo.

Agazapada
bajo las piedras y las horas,
esperaste, paciente, la llegada
de esta tarde
en la que nada
es ya posible...
Mi corazón:
tu nido.
Muerde en él, esperanza.